Son pocos los escritores que pueden arrebatarnos un suspiro y, al mismo tiempo, sopesar la necesidad de cada palabra. Colm Tóibín (Irlanda, 1955) es uno de esos autores en seguir los pasos de Ernest Hemingway o Joan Didion para crear atmósferas llenas de trascendencia, en las que cada frase reverbera emoción contenida.
Leer a Tóibín es como ver un texto desnudo sobre el papel que exuda tácitos anhelos en nuestras mentes, como el deseo de ser nosotros mismos, de amar libremente, o de simplemente soñar con un mejor futuro.
El sugerente intimismo de Colm Tóibín me sedujo en la novela «The Master» (El maestro, 2004), una de sus obras más aclamadas por la crítica y finalista del Premio Booker. La obra recrea la vida y la intimidad emocional del escritor Henry James.
«El barco avanzaba suavemente sobre el agua oscura. El niño se encontraba en la barandilla, observando la costa, su corazón latiendo rápido. Las luces del pueblo se volvieron débiles y luego desaparecieron. Volvió su rostro hacia el mar y sintió la brisa fresca acariciando su piel. Era como si un peso hubiera sido levantado de él, como si hubiera sido liberado.
A lo lejos, podía ver la luna, un fino resplandor plateado en el cielo negro. Proyectaba un suave brillo sobre el agua, creando un sendero de luz brillante. El niño sentía una sensación de asombro y posibilidad, como si todo estuviera ahora a su alcance.
Recordó las historias que su madre solía contarle, relatos de tierras lejanas y aventuras audaces. Siempre había soñado con zarpar, con explorar nuevos horizontes. Y ahora, aquí estaba, dejando atrás lo familiar y aventurándose en lo desconocido.
A medida que el barco se alejaba de la costa, la emoción del niño crecía. Sabía que frente a él se encontraba un mundo lleno de misterios y maravillas, esperando ser descubierto. Y mientras permanecía allí, rodeado por la inmensidad del mar, no podía evitar sentir una profunda sensación de admiración.»
Identidad, Sexualidad e … Irlanda
La creación de atmósferas íntimas y reflexivas es idónea para abordar dos de sus temas más recurentes: la identidad y la sexualidad. En particular, muchas de sus obras exploran los desafíos y las luchas que enfrentan personajes LGBTQ+ en una sociedad a menudo intolerante.
En «Brooklyn» (2009), por ejemplo, Tóibín explora temas de identidad, pertenencia y amor a través de la historia de una joven irlandesa que emigra a Nueva York en la década de 1950.
«Sabía que había algo diferente en ella, algo que la distinguía de las demás chicas en el pequeño pueblo irlandés. Era un secreto que llevaba dentro de sí, un secreto que le hacía doler el corazón de anhelo y confusión.
Mientras caminaba por las concurridas calles de Brooklyn, no podía evitar echar miradas furtivas a las mujeres que pasaban. Sus pasos seguros y sus gestos delicados la llenaban de una mezcla de envidia y deseo. Anhelaba sentir esa misma sensación de pertenencia, poder expresar su verdadero ser sin miedo ni vergüenza.
Por las noches, cuando se acostaba en la cama, se permitía soñar. Su mente se dejaba llevar hacia lugares lejanos, donde el amor y la aceptación no eran meras fantasías. Se imaginaba caminando de la mano con otra mujer, sus corazones latiendo al unísono, sus almas entrelazadas.
Pero la realidad siempre volvía a golpearla, recordándole las limitaciones impuestas por la sociedad, por las expectativas de su familia y amigos. Sabía que abrazar su verdadero ser significaría arriesgar todo lo que había conocido hasta entonces.»
Otro de los temas significativos en la obra de Tóibín es la historia de Irlanda y su impacto en la sociedad y la cultura irlandesas. A menudo utiliza eventos históricos como telón de fondo para sus historias y examina cómo estos eventos moldean la identidad y las vidas de sus personajes. Además, Tóibín retrata la complejidad de la relación entre Irlanda y su pasado colonial, así como las tensiones y divisiones dentro de la sociedad irlandesa, como en este fragmento de «The Blackwater Lightship» (El barco faro, 1999).
«La historia de Irlanda pesaba sobre nosotros como una carga de la que no podíamos desprendernos. Estaba grabada en el tejido mismo de nuestras vidas, moldeando nuestras identidades e influenciando nuestras elecciones. Los ecos de las luchas y conflictos pasados resonaban en nuestras conversaciones, recordándonos la resistencia y determinación de nuestro pueblo.
Llevábamos dentro las historias de generaciones, relatos de opresión y resistencia, de triunfos y tragedias. Las cicatrices del colonialismo y las divisiones sectarias estaban arraigadas, dejando una huella en nuestra conciencia colectiva. Éramos una nación forjada en el fuego de la resistencia, un pueblo definido por nuestras luchas por la independencia y la autodeterminación.
Sin embargo, la historia de Irlanda no era solo un recuerdo lejano. Era una fuerza viva y palpitante que daba forma a nuestras realidades presentes. Los problemas y divisiones no resueltos seguían proyectando su sombra, recordándonos la labor que aún nos esperaba. Éramos una nación en plena transformación, navegando por las complejidades de un mundo cambiante mientras lidiábamos con el legado de nuestro pasado.»
La Primera Persona para Viajar con el Personaje
En cuanto a la estructura narrativa, Tóibín es conocido por su uso de la voz en primera persona y la alternancia de perspectivas narrativas. Esto le permite explorar diferentes puntos de vista y revelar la subjetividad de sus personajes.
En «Nora Webster» (2014), una novela que se centra en la vida de una mujer viuda en la década de 1960 en un pequeño pueblo de Irlanda, Tóibín usa la primera persona para crear una sensación de intimidad y empatía en la relación entre el lector y la protagonista.
¨Me senté junto a la ventana, observando cómo las gotas de lluvia resbalaban por el cristal. Cada gota parecía llevar consigo un mundo propio, un mundo lleno de recuerdos y reflexiones. No pude evitar dejar que mi mente divagara, retrocediendo a momentos ya pasados, a las personas y lugares que me habían moldeado.
En la tranquila soledad de esa tarde lluviosa, me encontré confrontada con el peso de mis elecciones, los caminos no tomados y los senderos que había recorrido. Era un tiempo de transición, un momento en el que lo familiar se desvanecía y lo desconocido se cernía ante mí.
Cuestioné a la persona en la que me había convertido, las elecciones que había hecho en nombre del deber y la responsabilidad. ¿Había sido fiel a mí misma o había permitido que las expectativas de los demás dictaran mi camino? Era un ajuste de cuentas difícil, que requería un cierto nivel de honestidad y vulnerabilidad.
Mientras la lluvia seguía cayendo, me di cuenta de que la vida era una serie de momentos, un tapiz tejido por nuestras acciones y decisiones. No había respuestas fáciles, ni caminos claros a seguir. Todos estábamos navegando por las complejidades de la existencia, tratando de dar sentido a nuestro lugar en el mundo.¨