Almas Gemelas

Por 21/08/2014 Relatos

Cuando Naya llegó a la ciudad, se sintió bienvenida al instante. Todo le resultaba hasta cierto punto familiar: los grandes magnolios de Embassy Row, los bares y restaurantes de Adams Morgan, las casas antiguas de Georgetown. Naya había nacido en Beirut, pero con tan solo dos años, su familia se había mudado a un cómodo apartamento en Kensington Gardens, un barrio londinense tan elegante y señorial como los barrios de Washington.

Corría el verano de 1994 y el ambiente respiraba fútbol por los cuatro costados – Estados Unidos era el anfitrión ese año del Mundial, y la ciudad vivía suspendida en una fiesta. El día que ganó Brasil, Naya bailó samba hasta el amanecer a las puertas de un restaurante brasileño en el West End, y llegó al apartamento que compartía con Tom convencida de que había tomado la decisión correcta. Tom había llegado a la ciudad un año antes, y fue él quien la animó a cruzar el Atlántico después de que terminara sus estudios en Cambridge. Tras enviar tan solo cinco solicitudes de empleo a distintas publicaciones de la zona, había recibido una oferta como asistente editorial de Virginia Travel and Life, una modesta publicación que le daba la oportunidad de aprender de un grupo de veteranos editores.

Los primeros meses pasaron veloces como un torbellino de viento. Las jornadas de trabajo eran frenéticas, con la presión de presentar artículos casi a diario para los números semanales de la revista. Naya llegaba a las cinco y media de la tarde a casa, y solía ir directa a la cocina para tomarse un té con Tom, la única costumbre inglesa que se resistían a perder. Tom le hablaba de sus intentos de ligar con un becario que había llegado de Alabama a su bufete de abogados, y los dos se reían mucho, con una risa fácil, ligera. A eso de las ocho, salían a comer pizza por U Street, o jugaban al billar en Dupont Circle, hasta la medianoche. Salían siempre juntos, con o sin más amigos, como dos almas gemelas.

A partir de los jueves, arrancaba el fin de semana. Se dejaban caer por Café Mediterráneo a eso de las nueve, y solían cenar con el dueño y su esposa, junto a otros amigos internacionales. A las once apagaban las luces, subían el volumen de la música, y Naya era la primera en subirse encima de las mesas a bailar merengue, o la danza del vientre. Los chicos la invitaban a tragos cortos de vodka y de tequila, y los que tenían suerte, llegaban a besarla junto a la puerta del baño. A la hora de cerrar, Tom la rescataba del pelmazo de turno y se escapaban a ver los monumentos iluminados en el Mall, la explanada de los monumentos, donde fumaban porros sobre la hierba.

Así transcurrieron seis años vertiginosos, entre copas, confidencias e idilios que duraban lo que un fin de semana. Pero en enero de 2000, cuando Virginia Travel and Life fue absorbida por un gran conglomerado mediático, Naya perdió su trabajo y entró en pánico. Durante tres meses de entrevistas y rechazos, Tom tuvo que aplacar su ansiedad y secar sus lágrimas durante largas noches en vela. No conocía este lado de su amiga: indeciso, inseguro, dependiente. Él, mientras tanto, seguía escalando puestos en su despacho y ya no siempre llegaba a las cinco y media para tomarse el té. Naya pasaba los días viendo la tele sola, o leyendo novelas policíacas. Cuando Tom llegaba cerca de las nueve, él estaba cansado. Se les fueron quitando las ganas de salir a cenar los días entre semana.

Naya llegó a la revista del Smithsonian como editora de la sección de Antropología, gracias a un contacto de Tom. En la revista la gente andaba muy seria por los pasillos, y solo se escuchaba el ruido del tecleo de los ordenadores en los cubículos. Los veteranos no se mezclaban con los más jóvenes, a quienes miraban con desprecio. Will, el supervisor de Naya, le aconsejó que tuviera especial cuidado con las secretarias, ya que sus intrigas podían crear o destruir carreras. A Naya le gustaba la chispa que tenían los ojos verdes de Will y el hoyuelo que tenía en la barbilla. Cuando se acostó con él seis meses después, Naya intentó borrar de su mente a la mujer y al niño que lo esperaban en casa.

El verano de aquel año Tom empezó a salir con un abogado de renombre en Washington, y se ausentaba del apartamento con frecuencia. Pasaba los fines de semana haciendo senderismo en Great Falls, o en una casa que tenía su novio Greg en West Virginia, y apenas coincidía con Naya. Cuando se veían, ya no hablaban como antes, y Naya no se atrevió a contarle su secreto. Los días se empañaron de rutina, y ella no sabía cómo pasar el tiempo libre que destilaba tanto silencio. Resentía que Tom no le dedicara más tiempo, y se sentía consumida por los celos. Ni siquiera el Mediterráneo era como antes; el dueño había traspasado el local y Naya ya no reconocía las caras de nadie. Solo era feliz en los brazos de Will, instantáneamente.

El día que se casaron unos amigos comunes, Tom y Naya no se habían hablado en tres meses. Naya estaba preciosa con un vestido verde, y Tom llegó acompañado de Greg. Durante la cena, y aunque estaban sentados en la misma mesa, apenas cruzaron palabra. Naya intentó llamar su atención toda la noche, fingiendo risas exageradas mientras hablaba con otros comensales. Pero Tom conocía bien la estrategia y prefirió ignorarla. Antes de que empezara el baile, Tom se acercó a Naya y le pidió que lo acompañara al otro lado de la terraza.

Era una noche atípica de julio de 2001 en la que corría una brisa envolvente. Desde la terraza del tejado del hotel, la vista era imponente: en el horizonte, el obelisco en honor a Washington parecía un símbolo perteneciente a otro mundo. Tom apoyó los codos sobre la barandilla y se entretuvo mirando al interior de las ventanas de la Casa Blanca, mientras Naya lo retaba por haber estado ausente. Él escuchó con paciencia sus reproches velados de sarcasmo, hasta que por fin se detuvo a tomar aire.

Tom decidió no alegar razones y fue directamente al grano:

“Quería contarte que me mudo a casa de Greg. Puedo pagar el alquiler un mes más, pero en septiembre el apartamento es todo tuyo. No sé qué quieres hacer”

Naya quedó en silencio por un segundo, procesando una noticia que desde hace tiempo esperaba.

“¿No hablamos en meses, y esto es lo primero que me sueltas? ¿Ni siquiera un qué tal, cómo te va? ¡Y no tienes ni idea, ni puta idea!”

Tom no era ajeno a los ataques de histeria que Naya escenificaba como nadie. Pero esta vez sus lágrimas se ahogaban en un llanto contenido, y él no pudo evitar sentirse un poco culpable. Culpable de no haberla llamado en tantos meses (¿realmente habían pasado tres?), de no haberse preocupado por ella, de no frecuentar con ella los nuevos bares de moda de la 14, de estar en una relación estable. Qué paradoja ser tan feliz y sentirse culpable, pensó Tom, mientras escuchaba a Naya confesar su affaire con Will, los encuentros a escondidas en habitaciones de hotel, las eternas esperas por sus mensajes de texto, y el momento en que él había decidido poner fin a aquella historia, hacía apenas una semana, cuando su mujer le anunció que esperaban un segundo hijo. Una sensación de sentirse culpable — la de Tom, la de Will — que los apartaba de Naya.

“No puedo más. Dejo el apartamento, lo puedes poner en Craigslist. Me regreso a Londres”.

Tom había visto a demasiados amigos ir y venir por la puerta giratoria de Washington, pero nunca pensó que le llegaría el turno a Naya. Ella era la única constante en esta ciudad de paso, fría como el mármol de sus monumentos, un lugar grandioso y al mismo tiempo mediocre, de relaciones marcadas por el poder y el dinero, una ciudad de adultos tan educados como ambiciosos, de amplias avenidas y corazones pequeños.

“¿Y tu trabajo? Piénsalo, no te precipites. No puedes tirarlo todo por la borda, balbuceó Tom con tono preocupado.

“¿Y verle a Will la cara todos los días? Pero qué me estás diciendo, si aquí no me queda nada. Estás tú, pero ahora es como si no estuvieras. Washington es un capítulo cerrado. Siglo nuevo, vida nueva.”    

Naya no llamó para despedirse, y Tom pensó que ya hablarían cuando estuviera instalada en Londres, con noticias sobre familia y amigos comunes, con el sosiego que brinda el tiempo y la distancia. Pero la Navidad llegó y Naya no contestó ninguno de sus correos y llamadas. Aquel invierno Greg convenció a Tom para que pusiera su propio bufete con él y con otros socios, y estuvo especialmente ocupado, siempre subido a un avión y cortejando a viejos y nuevos clientes. Y si bien estaba echando raíces en Washington, a veces se preguntaba por qué él se había quedado allí, en una ciudad que no le pertenecía a nadie.

Los años pasaron de reunión en reunión, de cóctel en cóctel, y en los campos de golf, sin noticias de Naya. Tom se casó con Greg tan pronto fue legal en 2010, y al año siguiente, se convirtieron en padres de gemelos gracias a una madre de alquiler que encontraron en Wisconsin. Tom tuvo que ajustar su horario de trabajo para pasar más tiempo con los niños, pero disfrutaba sacándolos a pasear y llevándolos a la guardería y al parque. Cuando los niños empezaron a ir al colegio, Greg pirateó los contactos que Tom tenía guardados en su teléfono y mandó una invitación masiva a una fiesta en su yate. Tom cumplía 40 años.

El día de la fiesta, sólo se hablaba de una cosa: Alemania había ganado siete a uno a Brasil en un Mundial que había estado plagado de sorpresas. Los niños se habían quedado con la canguro, y Tom había llegado al yate pensando que Nick le estaría esperando allí con una cena romántica. Nunca le habían gustado las fiestas sorpresa, y cuando vio que una multitud le esperaba en la cubierta, el rubor se instaló en sus mejillas. Greg le besó en los labios nada más subir a bordo y descorchó una botella de champán. Uno a uno, sus amigos se fueron acercando para felicitarle. La música empezó a sonar y, nada más de zarpar, sirvieron la cena.

Cuando la fiesta terminó, y mientras Greg se encargaba de pagar al catering, Tom salió a la cubierta de estribor para disfrutar de la brisa de la noche. Allí estaban las referencias de siempre — los monumentos a Lincoln y a Jefferson, y el imponente obelisco — bailando a ritmo lento sobre las aguas del Potomac. Pensó que Washington era hasta cierto punto un espejismo, una ciudad artificial donde todo podría parecer efímero, superficial, transitorio. Pero noches como ésta le recordaban que, si bien añoraba a sus padres en Londres y había tenido algún que otro desengaño en el camino, la vida le había sonreído aquí. Se sentía un hombre afortunado.

RELATO 3_ILUSTRACION2_2_lowTom sacó su teléfono del bolsillo, donde se agolpaban cientos de mensajes. Uno de ellos, ¡Felicidades Tommy!, venía enmarcado en la foto de una mujer que no reconoció al instante, en la cima de una duna de arena y con la piel tostada por el sol. Era una Naya muy cambiada, con el pelo despeinado y la mirada fruncida por las patas de gallo. Naya le contaba que, a su regreso a Londres hacía ya casi una década, había empezado a colaborar con una revista británica de viajes, con la que había recorrido el mundo entero. No se había casado pero había conocido a un fotógrafo noruego con quien mantenía una relación estable. Y, sobre todo, se disculpaba por no haberse puesto en contacto antes, primero por su enfado infantil y luego porque simplemente voló la vida. Ahora tenía una asignación en Colorado y quería hacer escala en Washington para invitarle a cenar. Podemos brindar por tu cumple y por los viejos tiempos, le decía al final de la carta.

Tom se sintió tentado de ignorar el mensaje y borrarlo, pero cambió de parecer antes de apretar delete. Había algo distinto en la expresión de su vieja amiga, un aura de un ocre radiante, que le transportó a sus primeros años juntos en Washington, a esas tardes lánguidas cuando tomaban té en la cocina. Tom reaccionó de manera instintiva y tecleó: Estás más guapa que nunca, me encantará verte. Nada más enviar el mensaje, le asomó un atisbo de remordimiento. Era feliz y no quería volver a convertirse en accesorio de ningún drama. Era feliz, pero ella también parecía estar satisfecha, lejos de Washington. A lo largo de su vida, nadie le había provocado sentimientos tan intensos y, a la vez, tan encontrados. Enfrascado andaba Tom en estos pensamientos, cuando escuchó a Greg llamarlo desde las escaleras del barco.

“¿Qué haces, cariño?  Es muy tarde, vámonos a casa.

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Video Killed the Movie Star

Por 01/08/2014 Cine & TV

Creía que se trataba de una mala racha, pero me temo que ya es oficial. Si The Buggles relanzaran hoy su éxito de los 80 (¿te acuerdas de aquel pegajoso Video Killed the Radio Star?), el vídeo ya no mataría a la estrella de radio, sino a la estrella de cine, tal es la hegemonía de la televisión sobre el cine en 2014.

Basta ver la lista de nominados a los Emmy de este año para comprobar que la televisión reina sobre Hollywood. Entre las series nominadas, se encuentran sospechosas habituales como Juego de Tronos o Downton Abbey, pero tal vez sean las nuevas de la lista – Orange is the New Black y True Detective con 12 nominaciones cada una – la prueba irrefutable de que, un año más, se producen excepcionales comedias y dramas para la pequeña pantalla. Los datos de audiencia así lo corroboran: en Estados Unidos, el número de hogares con al menos una televisión sigue creciendo (unos 116 millones en 2014), y el consumo de programación de televisión a la carta (on-demand), esa televisión que vemos cuando queremos y no cuando la programan los canales, registró un aumento del 17% en 2013.

VideoKilledFLyer2-fullMientras tanto, en los cines de Estados Unidos, las ventas de taquilla en la temporada de verano han descendido un 20% respecto al año anterior, y el número de películas que ha sobrepasado los 100 millones de dólares en su fin de semana de estreno – los anticipados blockbusters – son apenas 10, frente a los 19 del año pasado (si bien no ha terminado la temporada, los estrenos más esperados como El Amanecer del Planeta de los Simios o Al Filo del Mañana han obtenido resultados más bien modestos).

¿Qué está pasando entonces? ¿Es que ahora ya no se produce buen cine o simplemente la programación de televisión es de mejor calidad? Si bien es cierto que cada vez son más los guionistas, directores y actores que se ven seducidos por la televisión (la última gran actriz en pasarse a las series este otoño será Viola Davis en How To Get Away with Murder de la cadena ABC), encuestas recientes apuntan a que la oferta cinematográfica sigue siendo también del gusto de la audiencia. La explicación de estas tendencias radica en otros factores:

1. La oferta de programación televisiva sigue creciendo. Además de las grandes cadenas de televisión nacionales y por cable, la aparición de servicios de televisión por Internet como Hulu o Netflix están ampliando el abanico de ofertas con producción original de calidad. Este año, por ejemplo, Netflix cuenta con 31 candidaturas a los Emmy, con series estrella como House of Cards, ocupando ya el séptimo puesto entre los canales con mayor número de nominaciones.

2. De la butaca al sillón: cambios en los hábitos de consumo. No solo la oferta crece, sino que además ahora podemos ver la programación de televisión que queremos, cuando queremos, y desde una gran variedad de dispositivos móviles y estáticos. Ni siquiera tenemos que esperar a la entrega de series por capítulos; cada vez son más las series que estrenan temporadas completas: doce o trece capítulos disponibles a la vez que incitan al atracón televisivo (los estadounidense ya tienen término para este nuevo fenómeno: binge watching). Con oferta, calidad y comodidad, no es de extrañar que gastar 10 dólares para ver una película en una sala repleta de extraños pueda perder su aliciente.

TV heads3. El cine vive un año de transición en 2014. Según señala Rentrak, una compañía que mide niveles de audiencia en cine y TV, las pérdidas en taquilla este año se deben principalmente a la ausencia de grandes producciones con probado tirón de audiencia. Esta compañía predice que en 2015 se batirán todos los récords de taquilla, con estrenos de franquicias establecidas como Los Vengadores, Mundo Jurásico, Mad Max, James Bond y La Guerra de las Galaxias. Son estas producciones, como secuelas o precuelas, las que arrastran a las masas.

¿Será realmente el duelo entre el cine y la televisión más igualado el año que viene? Tan solo el tiempo lo dirá. Yo, mientras tanto, vuelvo a mi atracón de capítulos de Last Tango in Halifax, una serie de la BBC que me tiene enganchadísimo. Por video-on-demand, ¡claro!

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Tres Razones Por Qué la Novela No Ha Muerto

Por 25/07/2014 Literatura

Hace unos días, coincidiendo con un largo viaje a Asia, leía en The Guardian un artículo que me deprimió. Will Self, un reconocido periodista y escritor británico, proclamaba que la novela como género literario había muerto ante la disruptiva presencia de los medios digitales y los nuevos hábitos de lectura que estamos adaptando, en los que ya no leemos con concentración sino que escaneamos, y en el que nuestro interés por cualquier mensaje se disipa más allá de lo que dura un tuit. Para ser justo con Self, su conclusión no era tan tajante como para proclamar una muerte completa del género (aunque el título del artículo así lo expresaba), porque concluía lo siguiente:

“la novela seguirá siendo leída y escrita, pero será una expresión artística comparable con un lienzo o la música clásica, confinada a un definido grupo demográfico y social, que requiere un grado de subsidio, un tema para la erudición histórica más que para la conversación pública”.

fahren1Este pronóstico tan pesimista se hace eco de una recién publicada encuesta de 2.500 escritores británicos. Según los encuestados, su salario promedio ha disminuido un 29% en los últimos ocho años, y un autor profesional promedio gana 11.000 libras (unos 18.700 dólares) al año, muy por debajo del estándar mínimo para llevar una vida digna en el Reino Unido.

¿Será entonces que los escritores de ficción están condenados a cambiar de profesión? Tal vez no tan deprisa. Para mi alivio, este artículo de El País cita a Will Self como el último de 33 escritores que han enterrado la novela en el último siglo. Escritores de la talla de Julio Verne y Ortega y Gasset, Zadie Smith o Eduardo Mendoza, han dado por aniquilado un género que, a pesar de los augurios fatalistas y la llegada de la radio, la televisión y los medios digitales, aún permanece vivo. De ahí que yo quiera sumarme al coro contrario, al de los que encuentran indicios suficientes de que la novela disfruta de buena salud. Y para ello, me atengo a estas tres razones:

1. La novela es y siempre será la voz de nuestra imaginación. En 1993, Carlos Fuentes escribió una de las más bellas y mejor argumentadas defensas en favor de la novela, como una aliada de la imaginación que favorece un viaje a nuestro interior (la foto que abre este artículo es suya). En sus propias palabras, la novela siempre sobrevivirá como un complemento estético a nuestro presente:

La cárcel del realismo es que por sus rejas sólo vemos lo que ya conocemos. La libertad del arte consiste, en cambio, en enseñarnos lo que no sabemos. El escritor y el artista no saben: imaginan. Su aventura consiste en decir lo que ignoran. La imaginación es el nombre del conocimiento en literatura y en arte. Quién sólo acumula datos veristas jamás podrá mostrarnos, como Cervantes o como Kafka, la realidad no visible y sin embargo tan real como el árbol, la máquina o el cuerpo. La novela ni muestra ni demuestra al mundo, sino que añade algo al mundo, refleja el espíritu del tiempo…  

2. La novela se sigue vendiendo, y bien. Según datos de la Asociación de Editores de EE.UU., la venta de libros en el primer cuatrimestre de 2014 creció un 6.5% en comparación al mismo periodo el año anterior, siendo la categoría de novelas para jóvenes adultos la principal propulsora de este crecimiento al aumentar más del 31%. Fenómenos literarios como la trilogía de Los Juegos del Hambre o la más reciente Bajo La Misma Estrella están creando afición a la lectura en una nueva generación de norteamericanos, y demostrando que, incluso en los tiempos de Facebook y Twitter, es posible captar la atención de los más jóvenes con narrativa de largo formato. Tal vez este tipo de literatura no esté a la altura de Shakespeare, pero crea un hábito que muchos adolescentes no abandonarán en su vida adulta. En otros países como España, que aún están sumidos en una depresión económica, el aumento del 5% en ventas en la reciente Feria del Libro de Madrid respecto a la edición anterior es un dato alentador, ya que esta feria representa el 20% de la facturación total del sector en el país.       

fahren23. La novela cambiará de formato, pero sigue siendo un fenómeno de masas. En los últimos años, la explosión de libros en formato digital para consumo en dispositivos móviles – los conocidos como eBooks y Audio Books – ha forzado un doloroso ajuste en el modelo de negocios del sector editorial que, a largo plazo, son buenas noticias para la novela. Estas obras son ahora más baratas y accesibles a tan solo un golpe de tecla, además de ser más fáciles de llevar y de leer en lugares como el avión, el metro o la playa a prueba de miradas indiscretas (ya nadie reconocerá la carátula del libro cuando leas Cincuenta Sombras de Grey). La industria editorial, así como los autores, también está moldeándose a los gustos cambiantes de los lectores adultos, que ahora demandan más novelas contemporáneas (frente a la tradicional novela histórica), y más oferta en géneros como el policíaco y la ciencia ficción. Y si bien es cierto que no leemos tanto como debemos – en EE.UU. una encuesta reciente revela que solo el 47% de la población lee una novela al año – son aún millones de personas en el mundo las que viven en mundos paralelos gracias al poder de la novela, sin ser considerados bichos raros. Nuestro mejor cine aún salta de las páginas de novelas, y nuestros colegios siguen exigiendo la lectura de clásicos como Proust, J.D. Salinger o Delibes.

Concluyo mi reivindicación personal por el género literario por excelencia (que me perdonen los poetas), con palabras más sabias que las mías, de nuevo con las del magistral Carlos Fuentes:

Leer una novela: Acto amatorio, que nos enseña a querer mejor.

Y acto egoísta también, que nos enseña a tener conversaciones espléndidas con nosotros mismos.

 

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Conviértete en el Gary Cooper de las Presentaciones

Por 17/07/2014 Comunicación

Ya te lo había prometido: volvería para darte algunas pautas sobre cómo dar una presentación memorable y dejar a tu público entusiasmado, no solo por el contenido de tu ponencia, sino por tu pericia como orador que encandila a las masas.

Si te pasa como a mí, te sientes igual que Gary Cooper en Solo Ante el Peligro a la hora de salir a un escenario: con mucho miedo y sensación de soledad, pero con ganas de vencer a los forajidos y largarte del pueblo tan pronto como sea posible con tu chica, que en este caso es una audiencia exigente que tienes que conquistar y meterte en el bolsillo.
Gary_2Para controlar los nervios sobre el escenario, no hay mejor fórmula que ensayar, ensayar y volver a ensayar. De hecho, te recomiendo que practiques en voz alta tu presentación un mínimo de siete veces, y que reclutes a algún colega de oficina, amigo o familiar para que te sirva de audiencia improvisada durante las prácticas. Y si no encuentras a nadie con quién ensayar, no entres en pánico, también puedes hacerlo solo ante el espejo.

Si tienes la oportunidad, hacer ejercicio hasta doce horas antes de salir a la palestra te relajará, así como llegar al lugar de tu presentación con al menos una hora de antelación, para familiarizarte con el ambiente, tu lugar en el escenario, y la distancia con el público.

Si no quieres ser un Gary Cooper sin balas en las pistolas, es fundamental que pruebes in situ todos los elementos audiovisuales de tu presentación, para minimizar el riesgo de fallos técnicos cuando llegue la hora de la verdad. Lleva tu presentación en varios formatos y dispositivos, y reducirás el riesgo de infarto.

Por fin ha llegado el momento de salir al escenario. ¡Recuerda siempre que importa tanto lo que dices como la manera en que lo dices! Vístete de acuerdo con tu marca y tu audiencia, pero siempre con ropa cómoda, cuidada y planchada (nada de grandes estampados o colores estridentes). Sonríe o al menos ten una expresión facial relajada desde el inicio, y sé tú mismo durante la presentación – por ejemplo, si hablas normalmente moviendo las manos, úsalas también como recurso de apoyo. Eso sí, ten cuidado de gesticular de forma exagerada para enfatizar puntos. Y si vas a caminar sobre el escenario, que tus movimientos sean siempre controlados y espaciados; no marees al público.

Gary_3Durante tu charla, el contacto visual con toda tu audiencia es fundamental, así que evita mirar al suelo o hacia el cielo. Te remiendo también que selecciones tres puntos del público en la sala, uno a la derecha, uno en el centro, y uno a la izquierda, a quien dirigirte de forma intercalada durante tu presentación. Cuando estés dando la presentación, habla despacio y claro; recuerda que estás hablando tanto a la persona de tu audiencia en la primera como en la última fila.

Ten cuidado también con estos posibles tropezones:

  • Las muletillas de lenguaje, como “eehh” o “huuumm”. Solo las evitarás si eres consciente de ellas y las corriges durante ensayos.
  • No cruces los brazos o las manos; también evita meterte las manos a los bolsillos. Y si estás sentado, no cruces las piernas. Todas estas señales corporales te hacen menos accesible a tu público.

Cuantas más presentaciones des, más experiencia ganarás en mantener la atención de tu público a lo largo de toda la presentación. Descubrirás el poder de las pausas o silencios en lugares estratégicos para mantener la tensión en tu relato, así como la importancia de encontrar momentos de distensión con el uso del humor o las anécdotas.

Al abrir tus presentaciones, y para no convertirte en un cliché, puedes sustituir el tradicional saludo de “buenos días” o “buenas tardes”, por una pregunta provocadora, una cita de  alguien célebre, o contando una historia personal. Estas estrategias te ayudarán a conectar con tu audiencia.

Pero tal vez donde más ayuda necesitamos todos es en el cierre efectivo de nuestras presentaciones. Es importante que, antes de concluir, pienses si has cubierto todo lo que te habías propuesto al inicio. Para concluir la presentación con éxito, memoriza muy bien la última frase que darás al público. Puede ser una llamada a la acción, una resolución a la anécdota o historia personal que mencionaste al principio, una conclusión que repita tu mensaje principal, o una nueva idea o pregunta que quieras dejar abierta para una futura cita con tu público.

Si sigues estas recomendaciones, es muy probable que tu audiencia te premie con el aplauso.

 

 

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Juega y Cambiarás el Mundo

Por 03/07/2014 Comunicación

¿Cuántas veces has dicho esto a algún amigo? “No me importa cuántas vacas rosas tiene tu granja de FarmVille, o en qué nivel te llegas en Candy Crush.” Ahora déjame contarte por qué te debería importar.

Te presento a Radhika, una mujer hindú que ya conocen más de un millón de personas en un juego de Facebook. Radhika va a necesitar tu ayuda para superar varios desafíos y, si eres de los que más destreza tiene con FarmVille o Angry Birds, seguro que amasarás miles de puntos.

Radhika_2Hasta aquí todo te suena muy familiar, ¿verdad? Pero Radhika, en vez de luchar contra ninjas o serpientes, recoge libros y mangos para su familia. Y si superas las pruebas, no solamente estarás sumando puntos en un mundo virtual, sino que habrás logrado liberar una donación real para organizaciones como Room to Read, dedicada a mejorar la alfabetización de niñas en países en desarrollo. ¿Que te sientes frustrado de lo que tardas en completar el nivel? Puedes realizar una donación mientras juegas y así sumarás puntos más rápido.

Chulo, ¿no? Hasta a los más escépticos les puede seducir la idea de marcar una diferencia en el mundo mientras echan una partidilla en el celular.

Radhika_4Radhika es la protagonista de Half the Sky Movement: The Game, una alianza entre el famoso columnista Nicholas Kristof del New York Times y Games for Change, una organizaciónque se dedica a desarrollar juegos digitales con impacto social desde 2004. Kristof y su esposa, la también periodista Sheryl WuDunn, son los autores de “Half the Sky”, un libro y una serie de documentales que sensibiliza sobre temas de género en países en desarrollo — como la paridad educativa o la mutilación genital femenina — y que tuvo amplia repercusión mediática en Estados Unidos.

Una forma innovadora de ampliar audiencias

¿Entonces, por qué desarrollar también un juego? Según apunta un artículo del New York Times, la fórmula de recaudar fondos para causas sociales a través de juegos digitales no es nueva; Farmville, por ejemplo, ha recaudado más de 15 millones de dólares para 50 causas distintas, y tan solo de marzo a agosto de 2013, Radhika acumuló donaciones equivalentes a más de 400 mil dólares en libros y cirugías. Además, el matrimonio Kristof ha logrado llegar con su mensaje a nuevas audiencias entre los 18 y 34 años, bastante más jóvenes que los espectadores de su serie en la cadena de televisión pública PBS.

Estos resultados, a primera vista impactantes, hay que ponerlos en perspectiva. De entrada, los Kristof dedicaron tres años a recaudar un millón de dólares para desarrollar un buen juego y establecer alianzas con siete organizaciones recipientes de las donaciones, como WorldVision, ONE o Fistula Foundation. Pero también hay que evaluar hasta qué punto este tipo de iniciativas son viables para organizaciones que no cuentan con la proyección mediática de los Kristof y el respaldo de personajes de Hollywood como Susan Sarandon, Maria Shriver o Barbra Streisand. Tan solo la recomendación que dio el actor Ben Affleck en Facebook, con más de medio millón de seguidores, ha permitido que el juego haya ganado tanta tracción.

Recapitulando entonces: ¿Qué se necesita para recaudar dinero dirigido a una buena causa social con un juego digital?

  1. Un juego divertido.
  2. Socios con credibilidad y presencia en el mundo del desarrollo.
  3. Una alta inversión inicial.
  4. Y amigos con alcance en las redes sociales.

Son muchas las estrellas que se tienen que alinear para poder transformar el mundo desde un sofá, pero el experimento del social gaming ha demostrado que funciona. ¿Te animas a jugar una partida?

 

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Alfileres de Colores

Por 29/06/2014 Relatos
Eran las cinco de la tarde de un verano especialmente pegajoso. Él la observaba desde el otro extremo de la barra; reparó en ella cuando se quitó los zapatos de tacón alto de dos enérgicas patadas y se sentó sola, en ese bar anodino, reposando sus pies desnudos sobre las varillas de acero de la banqueta. La sensación de frío debió de quemarle la planta de los pies, ya que, en un repentino movimiento, elevó los piernas como una garza para volver a reposarlos de nuevo segundos después, como quien realiza un acto por despecho. Sus piernas tenían el color de la canela fina y parecían interminables debajo de una falda de volantes, que había doblado como una sábana entre las piernas, mientras reclinaba el cuerpo hacia adelante para llamar la atención del camarero.
Parecía preocupada o ensimismada en pensamiento, pensó él. Siempre le habían gustado mucho las morenas; las seguía sin que se percataran por los pasillos de los centros de convenciones, y luego se hacía el despistado cuando llegaba junto a ellas – les decía que había perdido el mechero, o que se había quedado sin tabaco, y luego preguntaba si sabían cómo se llegaba a la zona de exhibición de los muebles de anticuario, que ese era el estilo que más le gustaba a él. Más de una había caído en sus redes; se acordaba de la vasca que conoció en Jaén o de la niña pija que se llevó al huerto en la feria de Mieres, rollos divertidos que habían comenzado con una tapita de tortilla en bares como éste y que se desinflaban con un revolcón apresurado entre las sábanas del hotel. Al fin y al cabo, siempre se decía, alguna alegría tendría que dar al cuerpo este trabajo tan ingrato, que reduce la vida a lo que cabe en una maleta, viajando siempre de feria a feria como puta de un burdel ambulante que nadie quiere volver a ver.
La mujer de las piernas imposibles ahora daba vueltas a los hielos de su pacharán con una sombrilla de papel maché. Llevaba un corpiño rojo y una gardenia blanca en el pelo, del mismo tamaño que los lunares que salpicaban su falda de volantes. Más que una mujer parecía una estampa, extraída de un tablao de la calle Sierpes o de la Carmen de Bizet, una pieza recortable que se había sobrepuesto a la vulgaridad de un bar improvisado en una feria de muebles. Si hubiera sido cualquiera otra, él ya habría movido ficha, tal vez comprándole una segunda copa o susurrándole algo al oído, con alguna de las perlas de su extenso repertorio. En esta ocasión, sin embargo, prefirió calibrar la situación desde su puesto de vigía, al menos mientras ella no percatase que la estaba mirando. Para un seductor de su calibre, le sorprendió sentirse tan cautivado como indefenso.
A los quince años se había enamorado de una mujer así. Se llamaba Manuela y era la hija menor del propietario de los establos que quedaban a la espalda de su casa. Cada tarde, Manuela traía la leche recién ordeñada a su madre, y él se quedaba charlando con ella en la cocina en lo que su madre vaciaba las pequeñas cisternas y ponía la leche a hervir. Manuela olía a paja recién cortada, y siempre llevaba la cara sucia y el pelo alborotado de tener la cabeza metida entre las ubres de las vacas. Lo que ella no sabía es que sus ojos eran verdes y grandes como aceitunas, y que él quería besarle la boca cada vez que la invitaba a merendar mendrugos de pan montados con nata y azúcar. Algo que ella probablemente nunca supo, pues solo tenía pensamientos de día y de noche para su novio Antonio, un gitano con quien se marchó de casa nada más cumplir los dieciocho. Dicen que terminó de prostituta en un tugurio de Cádiz regentado por su suegro, y que no hay día que no ande colocada de cocaína hasta las cejas.
Ahora que se detenía a pensarlo mejor, era probable que esta mujer de tez morena fuera de familia gitana. Le delataba no solamente el vestido, sino también unos finísimos alfileres de colores que le sujetaban los rizos de la melena, y una medallita de la Virgen de la Calendaria que adornaba su cuello. Pero además estaban esos pómulos altos y la mirada exótica que conjuraban a civilizaciones milenarias. No tenía pinta de compradora, más bien de dependienta, o incluso de ser una de las anticuarias. Se acordó de su madre cuando sentenciaba que andaba metido en un negocio de gitanos, de mala gente que no hacía más que expoliar iglesias, y que ese mundo sórdido de truhanes no le depararía nada bueno.
Su madre nunca quiso esta vida nómada para él; en vez de dedicarse a vender muebles, hubiera deseado que su hijo estudiara mecánica o contabilidad, y que, a estas alturas de la vida, se hubiera casado con alguna chica del pueblo que le hubiera dado ya un par de nietos. Ella, que lo había sacrificado todo por su hijo, le vio partir una tarde de camino a Santander — “para pasar unos días con unos amigos”, le dijo él – y no recibió noticias suyas hasta dos semanas más tarde, cuando la llamó desde una pensión de mala muerte en Madrid. Él sabía lo mucho que lloró su madre, pero nunca quiso darle demasiada importancia, tales eran sus ganas de explorar el mundo y labrarse un destino propio. Al paso de los años, se imaginaba a su madre sola rezando el Rosario todas las tardes en casa, con las pantorrillas pegadas al infiernillo debajo de la mesa camilla, y con la misma mirada triste de esta mujer del bar. Cuántas veces no la llamó para no tener que soportar las broncas y los reproches; cuántas excusas se inventó para no tener que pasar con ella las vacaciones. Era inútil arrepentirse ahora de tanto desdeño; su madre yacía muerta, desde hacía tres años, en una tumba.
El calor en el bar era tan intenso que podía tocarse. La mujer – qué importaba que fuera gitana o no – extrajo un pañuelo blanco de entre los senos y comenzó a secarse los chorros de sudor que borboteaban por el cuello. De tanto pasarse el pañuelo por la cara, se le había corrido el rojo de los labios, y el hasta entonces encanto sensual que la envolvía, comenzó a desdibujarse por momentos. La boca parecía torcida, la gardenia mustia, el vestido grotesco. La mirada parecía perdida en algún punto escondido entre los estantes del bar. ¿Cuál sería la causa de lo apesadumbrado de su gesto?
El teléfono comenzó a vibrar y a deslizarse por el movimiento sobre la barra. La pantalla del móvil se encendió revelando un nombre, Mercedes Sala. Su jefa apenas lo llamaba entre semana; esperaba a que llegara el viernes, al cierre del día, para saber si tendrían que pasar orden de algún nuevo modelo de silla, de esos que estaba vendiendo tan bien la competencia. Por unos segundos dudó en contestarle, pero sabía que era mejor dar la cara ahora, antes de verse bombardeado por una retahíla de correos. Al fin y al cabo, Mercedes era mucho más que una jefa. Era una mentora que le había enseñado todos los trucos del oficio.
Por fortuna para él, la llamada fue breve. Un cliente había solicitado una cita con ellos dos para cerrar un pedido de cierta envergadura. Se alegró de que apenas tuvieron tiempo para hablar, pues Mercedes tenía otra reunión que atender. La semana había sido pésima, en parte porque se vendía la mitad de lo que hacía un año, pero además porque él no había puesto tanto esfuerzo. Hacía dos semanas, él había aceptado una oferta de trabajo de los fabricantes de sillas, precisamente de esos que les hacían la competencia. Mercedes, desde luego, aún no sabía nada. Tendría que comunicárselo en algún momento de la semana próxima.
Se estaba haciendo tarde y decidió pedir la última copa. El camarero le sirvió un whisky con agua y, sin marcar pausa, en una sucesión de movimientos orquestados, también pasó la cuenta a una señora que había pedido un plato de croquetas. Quiso llamarle la atención para que le echara más hielo en el vaso, pero el camarero ya se había dado la media vuelta y andaba concentrado, como si estuviera operando a corazón abierto, en apagar el canal de música. Ecos de sonidos enlatados se extinguieron entonces y surgió una voz diáfana, desgarradora y rotunda.

A la Virgen Mora le pido
le pido a la Virgen llorando
Ay, que le pido a la Virgen llorando
Que me seque a mí las venas
Y a ti te las vaya regando
En mis días y en mis noches
Le pido a la Virgen llorando

Aquella soleá lo dejó apenas sin aliento. Ahora entendió por qué esa mujer se había aparecido ahí, como paloma mensajera a revolverle las entrañas. Portaba recuerdos de esa noche loca en la Feria de Sevilla, hacía ya de eso cinco o seis años, de cómo corría el vino fino y lo fácil que era la risa, de lo bonito que lucían los farolillos de papel en las casetas y lo contento que estaban sus amigos fumando porros y bailando sevillanas.
Su madre lo había llamado a media tarde, pero como tantas otras veces, dejó sonar el teléfono y prefirió ignorarlo. Estaba ocupado haciendo cómo que leía las líneas de la mano a una pelirroja pechugona que había conocido en un bar de Triana. Con ella había estado cenando salmonetes, y también bebiendo vino fino en la caseta, y a eso de las cinco de la mañana, se había ido con ella a la orilla del río. A rematar faena, le dijo a los amigos. Con la fugacidad de una memoria reprimida, recordó el olor húmedo del musgo y la oscuridad espesa de aquella noche.
CHICAFINal_LOWAl terminar su canto, la mujer del bar tornó suavemente la cabeza en su dirección; por fin cruzarían la mirada. Sintió entonces un escalofrío porque no pudo verle los ojos. Lo que antes le había parecido sudor, eran en realidad lágrimas, y los alfileres en el pelo, puñales que le atravesaban el cráneo. No pudo verle los ojos porque se habían convertido en dos esferas blancas, como las de un toro sacrificado en la plaza, cuyas pupilas se vuelcan hacia dentro, mirando hacia el lado de la muerte.
Ante el horror de él, ella desplomó su peso sobre la barra, envuelta en un baño de sangre. Una sangre de color púrpura como la de aquella pelirroja que, a orillas del Guadalquivir, resbaló sobre una piedra y se abrió la cabeza de un golpe seco, con el crujido de una nuez. Tan solo unos minutos antes, los dos habían hecho el amor bajo las estrellas.

 

 

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El Bosque Imaginario de Ana María Matute

Por 25/06/2014 Literatura

«El mundo hay que fabricárselo uno mismo, hay que crear peldaños que te suban, que te saquen del pozo. Hay que inventar la vida porque acaba siendo verdad».

Leo con tristeza que nos ha dejado Ana María Matute a los 88 años. Descubrí a esta prolífica escritora a través de Primera Memoria (1959), una novela que marcó mi adolescencia por la identificación con sus personajes: niños que jugaban a ser mayores y perdían la inocencia durante la guerra civil española. Me atrapó una prosa sin artificios que destilaba enajenación, tristeza y miedo en cada página.

Incluso en su faceta más fantástica, en obras llenas de brujas y hadas como su favorita Olvidado Rey Gudú (1996), la Matute tenía el poder de envolverte lentamente con narrativa llena de lirismo, como hacen las grandes contadoras de historias:

«Ondina del Fondo del Lago habitaba desde hacía cuatrocientos treinta años en el más bello lugar del Lago de las Desapariciones. Ondina era de una belleza extraordinaria: suavísimos cabellos color alga que le llegaban hasta la cintura, ojos largos y cambiantes como la luz, que iban del más suave oro al verde oscuro, y piel blanco-azulada. Sus brazos ondeaban lentamente entre las profundas raíces de las plantas, y sus piernas se movían como las aletas de una carpa. Una sonrisa fija y brillante, que iba del nacarado de la concha al rosa líquido del amanecer, flotaba entre sus labios.«

bio2Excepto el Nobel, ganó casi todos los grandes premios literarios, incluyendo el Cervantes en 2010. Pero si tuviera que destacar aspectos de su biografía, yo me quedaría con aquellos más transgresores — los de una mujer que nunca dudó en enfrentarse a un mundo hostil. En 1963, la separación de su marido le costó perder la custodia de su hijo durante dos años, en una época en la que el divorcio era tabú. Y como escritora de la posguerra, tuvo que hacerse espacio en tertulias como la del café Turia, donde a menudo era la única mujer entre autores como Juan Goytisolo, Guillermo Díaz Plaja o Carlos Barral. Así lo expresó ella en sus propias palabras:

«En los ambientes literarios había hombres, y yo iba y bebía con ellos. Me llamaban ‘el pequeño cosaco’, porque les seguía el ritmo. Yo he bebido toda la vida, con mi hermano de pequeños cogíamos unas moñas… Las mujeres de entonces eran, como yo las llamaba, señoras recortadas, sólo pensaban en hacer una buena boda».

En 1996, fue la tercera mujer en ocupar una silla en la Real Academia de la Lengua. En su discurso de ingreso a la Academia, expresó así su pasión por los libros, como su fueran el bosque imaginario de Lewis Carroll:

«Siempre he creído, y sigo creyendo, que la imaginación y la fantasía son muy importantes, puesto que forman parte indisoluble de la realidad de nuestra vida ….Porque escribir, para mí, ha sido una constante voluntad de atravesar el espejo, de entrar en el bosque. Amparándome en el ángulo del cuarto de los castigos, como apoyada en algún silencioso rincón del mundo, me vi por vez primera a mí misma, avanzando fuera de mí, hacia alguna parte a donde deseaba llegar».

En septiembre, la editorial Destinos publicará Demonios Familiares, obra póstuma de esta barcelonesa universal. Hoy lamentamos su muerte, pero no fallaremos a la cita con ella en el bosque de las palabras, al otro lado del espejo.

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Marcas que Enamoran: Lecciones de Pepe Le Pew

Por 23/06/2014 Comunicación

No sé cuántas veces me ha preguntado algún cliente qué inventario de productos de comunicación puedo ofrecerle en tiempo récord y con un presupuesto de risa. No me extraña entonces cuando leo en PuroMarketing que el 45% de las empresas siente una necesidad imperiosa de producir contenidos en abundancia, cuando la realidad es que apenas el 1% logra destacar sobre la competencia viralizando contenidos o incrementando la interacción con sus fans.

Es lo que yo llamo el efecto “Pepe Le Pew”. ¿Te acuerdas de la mofeta de Warner Bros. que intentaba conquistar a Penélope, una gatita negra a la que se le había caído un hilo de pintura blanca por el lomo? Por muy romántico que fuera Pepe, y por mucho acento francés que se gastara, la pobre Penélope no podía aguantar el olor apestoso de aquel pesado pretendiente. Así, muchas empresas bombardean a sus audiencias con una batería de vídeos, comunicados de prensa y tuits con la falsa expectativa de que, por la ley de la insistencia, van a lograr “enamorar” a sus clientes para posicionar sus productos o servicios. ¿Será entonces cierto eso de que, al final, es más importante la cantidad que la calidad?

La respuesta es que sí, pero tan solo parcialmente. No sé si habrás escuchado la expresión que domina muchas de las conversaciones en el mundo de la publicidad hoy: el “content marketing” o el marketing de contenidos. Se trata de una forma de hacer publicidad en la que una marca se promociona de una manera más velada, con menos auto-bombo, contando historias que pueden interesar y conectar con sus clientes. Con este tipo de márketing, los consumidores ganan más empatía con las marcas porque no solo están promocionando sus productos, sino además porque cuentan historias de éxito en sus videos o blogs, y logran conectarse con las conversaciones que puedan estar teniendo sus clientes. Son historias como la que cuenta este anuncio de Coca-Cola, en la que la marca se asocia a la felicidad de encontrarse con un parque improvisado en el medio de una ciudad gris. O ahora, en época del Mundial, publicidad como ésta de Beats by Dr. Dré, en la que vemos a Neymar y a otros deportistas prepararse mentalmente antes de salir al campo de juego – con los auriculares puestos, claro está.

PepeabrazaPero para enamorar a Penélope, la calidad de las historias que cuenten las empresas no va a ser suficiente. Lo más difícil para cualquier marca es trascender más allá de la comunicación tradicional y crear una tribu, una cultura. Son las pocas marcas que introducen tendencias o marcan un estilo de vida, las que los consumidores siguen como si fueran una religión. Estas marcas son las más innovadoras y las más “fetiche”: empresas como Nike, Apple o, a mucha menor escala, el Georgetown Cupcake de mi barrio que causa largas colas todos los días alrededor de la manzana. No importa que sus productos no sean los de mejor calidad, solo importa que hayan logrado conquistarnos el corazón con su personalidad única y original.

En futuras entradas de este blog, hablaremos con más detenimiento sobre cómo tu empresa puede llegar a enamorar a tus clientes fomentando una cultura de innovación. Por ahora recuerda que, tras miles de fallidos intentos, incluso Pepe Le Pew logró reinvertarse, metiéndose en un bote de pintura azul que neutralizó su olor y lo convirtió en literalmente eso — en un príncipe azul. ¿Y cuál fue el resultado? Penélope, por fin, cayó rendida a sus pies.

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Tres Diferencias entre Hollywood y el Cine Europeo

Por 19/06/2014 Cine & TV

Hace unos meses, en una larga travesía por avión, empecé a ver una película con Catherine Zeta-Jones titulada No Reservations. No fue hasta que pasaron unos buenos diez minutos que caí en la cuenta: esta película no era otra que la versión hollywoodiense de Mostly Martha, una película alemana que me había encantado cuando se estrenó en 2001.

No reservationsComo casi siempre pienso que la película original era mejor ¿son realmente necesarios estos ¨remakes¨? En un mundo tan globalizado como en el que vivimos, en el que ya nadie se lleva las manos a la cabeza por tener que leer subtítulos, ¿es aún necesario adaptar películas europeas al gusto americano? ¿Y cómo es posible que, aun tratándose de la misma historia, las películas puedan tener un estilo tan diferente a cada lado del Atlántico?

Para entender estas distintas escuelas de hacer cine, hace falta remontarse a la década de los 50, cuando irrumpió en escena el neorrealismo italiano. La Italia de la posguerra introdujo una sensibilidad moral que no existía en el cine glamuroso de las grandes estrellas de Hollywood, en favor de historias mundanas de gente humilde que exploraban temas como la desesperación, el hambre y la pobreza. Así lo describió Roberto Rossellini, director de Roma, Ciudad Abierta:

Con el neorrealismo nos «vimos» desde fuera, de modo despejado, casi con descuido, castigando con ese descuido todas nuestras ambiciones creativas. Así le fue devuelta su autenticidad a las cosas, llegando a una función del cine que ya no era personal, egoísta, sino social.”

En el ensayo audiovisual que acompaña este blog, producido por el director cinematográfico Ernie Park para la revista Sight & Sound, tenemos la fortuna de comprobar cómo un mismo metraje produjo dos películas marcadamente distintas en esta época. En 1952, la infructuosa colaboración entre el productor David O. Selznick y el neorrealista Vittorio de Sica se zanjó con el estreno de Indiscreciones de Una Esposa Americana en Hollywood y Estación Termini en Italia, con Jennifer Jones y Montgomery Clift en los papeles protagonistas.

Si bien el ensayo explica a la perfección las diferencias entre las dos películas, me ha parecido interesante rescatar tres diferencias que se han convertido en señas de identidad de las escuelas del cine estadounidense y europeo – desde el neorrealismo, pasando por el naturalismo escandinavo y la “nouvelle vague” francesa, hasta la actualidad. Antes de que me critiques de simplista, cabe destacar que la diferencia entre ambas escuelas cuenta con millares de excepciones, pero espero que coincidas en que la generalización puede ser válida:

1.   El cine como entretenimiento frente al intimismo y la conciencia social.  La mayoría de las historias de Hollywood siguen un mismo patrón. Suelen partir de la pregunta: ¿qué quiere lograr mi personaje? y, bien sean un drama o una comedia, siguen una misma línea narrativa en la que: 1) algo le ocurre al personaje al inicio de la película (el incidente); 2) mucho se pone en juego para el personaje y crece la tensión; 3) el personaje tiene una epifanía para solucionar el conflicto o la situación; y 4) se llega a un desenlace, normalmente un final feliz. El cine europeo, sin embargo, suele escapar esta fórmula, y sus historias a veces ni siquiera tienen desenlaces claros; muchas películas europeas capturan momentos en el tiempo, que no tienen un arco narrativo establecido, en los que se exploran emociones o se reflexiona sobre algún dilema moral. Películas como L’Avventura de Michelangelo Antonioni representan la máxima expresión de esta forma de hacer cine en Europa.

mostlymartha212.  El desarrollo de la escena frente al de la acción.  El cine americano da prioridad a las acciones de los personajes que avanzan la trama de la historia, usando planos cerrados y un estilo rápido de edición, mientras que el cine europeo suele ser más lento y contemplativo, con planos más abiertos y mayor número de personajes, destacando la importancia del momento y del ambiente. El diálogo en Hollywood funciona casi siempre a favor de la acción y suele ser más eficaz; los europeos suelen usar el diálogo, cuando lo usan, como un recurso más para crear sensaciones, dejando la trama en un segundo plano.

3.   La estrella frente al actor que encarna personajes.   Admítelo, igual que yo cuando empecé a ver No Reservations,  te has puesto a ver muchas películas norteamericanas solamente por el interés que despertó en ti el actor o la actriz protagonista. Somos víctimas del “star system”, y nos dejamos llevar por el tirón del actor que se ha convertido en marca. En Europa, sin embargo, el mito que suscita el actor es menos marcado – entre otras razones, porque no existe la maquinaria de promoción multimillonaria que existe en Hollywood – por lo que los actores pueden desaparecer con más facilidad en sus personajes. La estrella siempre chupa mucha pantalla, mientras que el actor, incluso cuando es protagonista, es parte de un ecosistema conformado por un elenco de intérpretes.

Y no es que una escuela sea mejor ni peor que la otra – sabemos que el séptimo arte ha producido joyas tanto en América como en Europa. Pero sí que es interesante comprobar cómo las distintas sensibilidades de americanos y europeos pueden desdoblar una misma historia en dos experiencias tan diversas. A ti ¿cuál te gusta más?

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La Poesía Autobiográfica de Gil de Biedma

Por 13/06/2014 Literatura

Muy pobre hombre ha de ser uno si no deja en su obra – casi sin darse cuenta- algo de la unidad e interior necesidad de su propio vivir.

Encontré al poeta español Jaime Gil de Biezma (1929-1990) a través del flamenco, el día que escuché a Miguel Poveda cantar No Volveré a Ser Joven. La belleza de la letra me atrapó. Enseguida quise saber quién era el poeta detrás de unos versos tan nostálgicos como cristalinos.

Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.

Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
-envejecer, morir, eran tan sólo
las dimensiones del teatro.

Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.

Para mi sorpresa, decubrí que Gil de Biedma escribió esos versos, los que yo había imaginado del puño y letra de un octogenario, con tan solo 38 años. Y lo que me pareció aún más inquietante: este poeta de la Generación del 50, culto, homosexual y cosmopolita, publicó muy poco – apenas unos 80 poemas – y dejó de escribir con apenas 45 años, tras una crisis personal que lo apartó de las letras hasta que se lo llevó una muerte temprana.

Ante todo, la poesía de Gil de Biedma es autobiográfica, y plasma con belleza e ironía su propia experiencia – por un lado, el Jaime conversador, brillante y vitalista que recuerdan amigos como Juan Marsé, y por otro el poeta trasnochador y atormentado que huía de sus propios demonios. Él mismo describió este conflicto interior en su poema Contra Jaime Gil de Biedma:

De qué sirve, quisiera yo saber, cambiar de piso, 

dejar atrás un sótano más negro 

que mi reputación -y ya es decir-,

poner visillos blancos 
y tomar criada, 

renunciar a la vida de bohemio, 

si vienes luego tú, pelmazo, 

embarazoso huésped, memo vestido con mis trajes, 

zángano de colmena, inútil, cacaseno, 

con tus manos lavadas, 

a comer en mi plato y a ensuciar la casa?

Te acompañan las barras de los bares 

últimos de la noche, los chulos, las floristas, 

las calles muertas de la madrugada 

y los ascensores de luz amarilla 

cuando llegas, borracho, 

y te paras a verte en el espejo 

la cara destruida, 

con ojos todavía violentos 

que no quieres cerrar. Y si te increpo, 

te ríes, me recuerdas el pasado 
y dices que envejezco.

Gilbatin

 

Gil de Biedma llegó a decir en una entrevista: “en mi poesía no hay más que dos temas: el paso del tiempo y yo.» Pero a diferencia de escritores como Octavio Paz, que deseaba escapar de las fauces del tiempo para vivir en un plano paralelo, Gil de Biedma entendió el paso del tiempo como necesario para explicar su identidad, aunque lo atemorizaba y obsesionaba. Así lo expresó en Recuerda:

 

Hermosa vida que pasó y parece

ya no pasar…
Desde este instante, ahondo

sueños en la memoria: se estremece

la eternidad del tiempo allá en el fondo.

Y de repente un remolino crece

que me arrastra sorbido hacia un trasfondo

de sima, donde va, precipitado,

para siempre sumiéndose el pasado.

Para el autor de Las personas del verbo, título del compendio de su obra poética, “la poesía es algo así como una empresa desesperada de salvación personal”, por lo que llegaría a declarar: “Yo creía que quería ser poeta, pero en el fondo quería ser poema …” ¡Y qué poemas! Verdaderas joyas para vislumbrar rincones del alma de uno de los más grandes.

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