Desayuno con la noticia de que Instagram ha alcanzado los 300 millones de usuarios, una comunidad que comparte ni más ni menos que 70 millones de imágenes y vídeos cada día. El dato es significativo porque la plataforma de Facebook se coloca, por primera vez, por delante de los 284 millones de usuarios de Twitter, y como comenté recientemente en Véndemelo con Un Vídeo de 6 Segundos, ha evolucionado de una mera red social a una herramienta de marketing para empresas punteras de todo el mundo.
Es fascinante pensar que la fotografía, aquella invención de 1839, no ha perdido su poder de entretenimiento y seducción en la era digital. Lejos quedan los días en que el arte de retratar imágenes requería conocimiento y equipo especializados; hoy, aplicaciones como Instagram facilitan crear y distribuir fotografías desde nuestros dispositivos móviles, con la misma facilidad con la que realizamos una llamada telefónica.
Lo que tal vez no podamos intuir tan fácilmente es por qué millones de personas se sienten motivadas a capturar, compartir y consumir estas imágenes cuando, a menudo, son momentos ordinarios de nuestra vida ¿Estaremos, de manera inconsciente, intentando construir una versión de nuestras propias vidas a través de los fotos que colgamos en Instagram?
En busca de respuestas, recientemente tuve la ocasión de releer On Photography, una colección de ensayos de Susan Sontag publicada en las páginas de The New York Review of Books entre 1973 y 1977. Sontag (1933-2004), además de ser una reconocida crítica y activista estadounidense, tal vez fue la intelectual más retratada de la segunda mitad del Siglo XX. Su elegante porte y mirada melancólica cautivaron a muchos fotógrafos de los años 60 y 70, y durante la últimos años de su vida, Annie Leibovitz capturó, en una colección de imágenes conmovedoras, la lucha de Sontag contra la leucemia.
Muchas de las reflexiones de On Photography son tan relevantes hoy como el día de su publicación, a la hora de explicar nuestro voyeurismo compulsivo y susceptibilidad al poder de las imágenes:
Cualquier fotografía tiene múltiples significados; de hecho, ver algo en una fotografía representa un encuentro con un potencial objeto de fascinación. La sabiduría profunda que confiere la imagen fotográfica es: “Está lo que ves en la superficie. Ahora piensa – o mejor siente, intuye – qué hay más allá, cómo debe de ser la realidad si la vemos así.” Las fotografías, que no pueden por si solas explicar nada, son invitaciones inagotables a la deducción, a la especulación, y a la fantasía”.
En su expresión más elevada, las fotografías son obras de arte que nos transmiten emociones, que nos sugieren historias. ¿Pero cómo explica Sontag nuestra obsesión por retratar hasta lo más mundano? Es nuestro afán de dejar constancia de lo que hemos vivido y, en el proceso, de crear una narrativa tan propia como sesgada. Nuestro punto de vista trasciende en la creación de la imagen, confiriendo una interpretación personal a la experiencia.
Aunque algunas fotografías, consideradas como objetos individuales, tienen la mordida y dulce gravedad de importantes obras de arte, la proliferación de fotografías es, finalmente, una afirmación del kitsch. La mirada ultra-móvil de la fotografía favorece al fotógrafo, creando un sentido falso de ubicuidad, un engañoso dominio de la experiencia.
Como las fotografías ofrecen a la gente una posesión imaginaria de un pasado que no es real, también ayudan a la gente a tomar posesión de un espacio en el que es insegura (…) Las fotografías ofrecen evidencia incuestionable de que realizamos un viaje, de que completamos un programa, de que lo pasamos bien.
Pero tal vez la revelación más premonitoria del análisis de Sontag sea la que atrajo a los publicistas a Instagram en 2014: nuestra necesidad de consumir imágenes y de apropiarnos de la experiencia que consumimos.
La última razón por la que necesitamos fotografiarlo todo descansa en la misma lógica del consumo. Consumir significa quemar, usar — y por lo tanto, la necesidad de reponer. A medida que creamos imágenes y las consumimos, todavía necesitamos más imágenes; y todavía más.
Sea con fines artísticos, comerciales o como un mero hábito compulsivo, Instagram está de enhorabuena por haber logrado seducirnos con la magia de la fotografía digital. De estar aún con nosotros, Susan Sontag probablemente se habría convertido en una fiel usuaria.
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