Estoy leyendo No te Veré Morir, la última novela de Antonio Muñoz Molina (1956), uno de mis escritores contemporáneos favoritos. Con la trama de un reencuentro entre dos personas cuyo amor quedó truncado por el franquismo, Muñoz Molina explora temas recurrentes en su obra como la historia, la memoria, la identidad y el paso del tiempo.
«Si estoy aquí y estoy viéndote y hablando contigo, esto ha de ser un sueño», dijo Aristu, mirando a su alrededor con asombro, con gratitud, con incredulidad, con el miedo a que en cualquier momento se disipara todo, volviendo la mirada hacia Adriana Zuber, medio siglo después, hacia el color y la expresión inalterada de sus ojos, sorprendido de hasta qué punto, habiendo creído recordarlos siempre con exactitud, los había olvidado, los bellos ojos risueños entre grises y azules que ahora lo miraban a él igual que la última vez, en mayo de 1967, en otro siglo y en otro mundo y sin embargo en esta misma habitación, en la que desde el momento de entrar había descubierto que casi nada había cambiado,”
Tal vez una de las curiosidades de este nuevo libro es que el primer punto no aparece hasta la página 73, pero aparte de esta pirueta literaria, la obra destila la prosa detallada y reflexiva a la que Muñoz Molina nos tiene acostumbrados en sus obras más reconocidas como El invierno en Lisboa (1987), El jinete polaco (1991), Plenilunio (1997) o La noche de los tiempos (2009).
Muñoz Molina comenzó su carrera como escritor en la década de 1980. Publicó su primera novela, Beatus Ille, en 1986, que marcó el inicio de su reconocimiento como autor. Desde entonces, ha escrito numerosas novelas, ensayos y artículos periodísticos, que a menudo se caracterizan por su atención a los detalles históricos y culturales.
La Influencia Americana y la Ambientación Hipnótica
Como español resdiente en EE.UU. me he identificado siempre con la influencia de Estados Unidos en la obra de Antonio Muñoz Molina. El escritor fue Director del Instituto Cervantes en Nueva York, y ha enseñado escritura creativa en New York University.
Gabriel Aristu, el protagonista de No te Veré Morir, vivió el exilio en Estados Unidos. En Plenilunio, el personaje principal, Germán, es un escritor obsesionado con la cultura popular estadounidense, y Muñoz Molina incorpora elementos en la novela del cine negro y del jazz.
“De día y de noche iba por la ciudad buscando una mirada. Vivía nada más que para esa tarea, aunque intentara hacer otras cosas o fingiera que las hacía, sólo miraba, espiaba los ojos de la gente, las caras de los desconocidos, de los camareros de los bares y los dependientes de las tiendas, las caras y las miradas de los detenidos en las fichas. El inspector buscaba la mirada de alguien que había visto algo demasiado monstruoso para ser suavizado o desdibujado por el olvido, unos ojos en los que tenía que perdurar algún rasgo o alguna consecuencia del crimen, unas pupilas en las que pudiera descubrirse la culpa sin vacilación, tan sólo escrutándolas, igual que reconocen los médicos los signos de una enfermedad acercándoles una linterna diminuta.¨
Otros de los aspectos que valoro es la capacidad de Muñoz Molina de crear una ambientación evocadora con una prosa precisa. En El invierno en Lisboa, por ejemplo, nos encontramos bellas descripciones como éstas:
¨Nunca he estado en Lisboa, y hace años que no voy a San Sebastián. Tengo un recuerdo de ocres fachadas con balcones de piedra oscurecidas por la lluvia, de un paseo marítimo ceñido a una ladera boscosa, de una avenida que imita un bulevar de París y tiene una doble fila de tamarindos, desnudos en invierno, coronados en mayo por extraños racimos de flores de un rosa pálido muy semejante al de la espuma de las olas en los atardeceres de verano. Recuerdo las quintas abandonadas frente al mar, la isla y el faro en mitad de la bahía y las luces declinantes que la circundan de noche y se reflejan en el agua con un parpadeo como de estrellas submarinas. Lejos, al fondo, estaba el rótulo azul y rosa del Lady Bird, con su caligrafía de neón, los veleros anclados que tenían en la proa nombres de mujeres o de países, los barcos de pesca que despedían un intenso olor a madera empapada y a gasolina y a algas.»
Comentarios