Estoy enganchado a The Good Fight (La Buena Lucha), secuela a la gran serie The Good Wife (La Esposa Ejemplar) de la cadena estadounidense CBS. Las dos series se enfocan en un grupo de abogados que enfrentan dilemas morales, tanto en el juzgado como en su vida personal. Muchos de los casos replican los titulares de los periódicos, e incluso algunas de las tramas mezclan elementos de la realidad.
En un episodio reciente, representantes del Partido Demócrata visitan el bufete de Reddick, Boseman y Lockhardt para plantear el siguiente reto: ¿qué línea argumentativa sería la más efectiva para procesar a Donald Trump y removerlo de la Presidencia de EEUU? En esta serie de ficción, el desafío se plantea como un concurso que los demócratas están realizando entre firmas de abogados de todo el país, a fin de seleccionar a aquella que presente el mejor caso.
Como habrás adivinado, la firma gana el concurso, pero lo hace con un argumento insospechado. Para procesar a Trump, en vez de recurrir a los argumentos más previsibles de obstrucción a la justicia y colusión con los rusos, hay que atreverse a acusar al Presidente de abuso sexual, aunque no se tengan pruebas y sea mentira. Para ser convincente, simplemente hay que argumentar ante el Congreso de manera elocuente y agresiva.
Esta trama de la ficción es completamente disparatada, pero encierra su moraleja. El punto que hace la serie es que, en la época en la que vivimos, la verdad a veces queda enterrada ante el poder de convicción de los oradores más persuasivos.
La Retórica, un Arma de Doble Filo
Como ya hemos explorado en otras entradas de este blog, un orador hábil puede convencer con un discurso ingenioso que apele a las emociones humanas y esgrima datos. Pero ¿y si esos datos son falsos? ¿Y si el orador, a través del arte de la retórica, nos lava el cerebro con falsedades?
No es de extrañar que la retórica se haya convertido en un arma de doble filo, como herramienta para ejercer el bien o el mal, y que el término haya tomado una connotación negativa. ¿Quién puede negar, por ejemplo, que Adolf Hitler fuera tan buen o incluso mejor orador que Winston Churchill?
Ya en la antigua Grecia, después de que se fundaran las primeras escuelas de retórica en base a la argumentación de la verdad, surgieron otros oradores, llamados sofistas, que rechazaron la verdad absoluta en favor del engaño y las trampas dialécticas. Cicerón así lo describía en los párrafos iniciales de su ensayo De Inventione (Sobre la Invención):
He reflexionado mucho y a menudo sobre la cuestión de si la fluidez de habla y una devoción consumida a la elocuencia han traído más bien o más mal a las personas y a sus comunidades. (…) La sabiduría sin elocuencia hace demasiado poco para el bien de las comunidades, pero la elocuencia sin sabiduría es, en la mayoría de los casos, extremadamente dañina y nunca beneficiosa.
Si, entonces, alguien ejerce todas sus energías en la práctica de la oratoria, descuidando los objetivos más elevados y honorables de la razón y la conducta moral, es criado como un ciudadano inútil para sí mismo y perjudicial para su país; pero la persona que se arma con elocuencia de tal manera que le permite no asaltar los intereses de su país, sino ayudarlos, este hombre, en mi opinión, será un ciudadano muy útil y más devoto a sus intereses y los del público.
Aristóteles también fue muy crítico de los sofistas, que podríamos considerar como los propulsores de las noticias falsas o “fake news” de hoy:
El sofista parece filósofo pero no lo es, ya que abandona el camino de la verdad y cultiva la desconfianza, respecto a la probabilidad de alcanzar el conocimiento universal y la existencia de principios políticos y éticos que rijan las relaciones entre los hombres.
Desarma a los Sofistas del Siglo XXI
Las buenas noticias son que existen estrategias que podemos poner en práctica para identificar a los sofistas del siglo XXI. Si no quieres caer en la trampa que te pueda tender un charlatán, sigue estos cinco consejos:
1. Considera la fuente. La credibilidad del orador, lo que Aristóteles llamaba el ethos, es uno de los elementos a tomar en cuenta para no ser víctima del engaño dialéctico. Si el orador ha establecido credenciales sobre el tema que expone, bien sea por su educación, experiencia o trayectoria, es más probable que su discurso sea legítimo.
2. Contrasta la información. Aún cuando el orador parezca creíble, es aconsejable consultar otros autores o fuentes de información para verificar la veracidad de su discurso. En algunos casos, el mismo orador mencionará la fuente de la información que brinda, pero en otros casos, no está de más emprender una investigación propia. Al igual que consultamos a un médico para una segunda opinión sobre nuestra salud, no es cuestión de desconfiar, sino de contrastar la información con otros puntos de vista.
3. Escucha activamente y haz preguntas. Ante el bombardeo constante de información, tendemos a consumirla de manera rápida y superficial, y podemos llegar a conclusiones acciones erróneas o precipitadas. Cuando alguien te intente persuadir de algo, desde un político con su discurso a un vendedor con su pitch de venta, es recomendable detenerse a escuchar activamente, reflexionar y, de ser necesario, hacer preguntas de seguimiento para despejar dudas.
4. Deja tus sesgos a la puerta. Es difícil aparcar nuestras creencias y prejuicios y, a veces, pueden afectar nuestro buen juicio. Un orador hábil intentará apelar a nuestras emociones, con aquellos argumentos que pueden nublar nuestra mente y conducirnos a conclusiones o acciones equivocadas.
5. ¿Lo dices en serio? Si lo que escuchas suena increíble o improbable, puede ser que el orador esté exagerando a propósito o usando el sarcasmo para probar sus argumentos. Al igual que parece que ciertos cómicos nunca hablan en serio, asegúrate de la verdadera intención detrás de las palabras del orador.
A modo de resumen, me despido con esta formidable cita del historiador romano Tácito:
La verdad se robustece con la investigación y la dilación; la falsedad con el apresuramiento y la incertidumbre.
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