El Arte de la Novela (1884) de Henry James (1843-1916) es uno de los ensayos más significativos de la teoría literaria y un referente indiscutible para el contador de historias moderno. James escribió este ensayo como réplica a una conferencia con el mismo nombre de Walter Besant, en la que sostenía que la ficción tenía reglas y técnicas específicas que los escritores debían seguir.
James argumenta todo lo contrario: el novelista debe gozar de total libertad creativa para crear e impregnar sus obras de un estilo propio, sin encorsetarse en ningún parámetro. Este planteamiento contrastaba con el realismo y naturalismo que imperaba en la época, en la que escritores como Émile Zola en Francia y George Eliot en Inglaterra abogaban por un enfoque científico y detallado en la representación de la realidad.
«Una novela es, en su definición más amplia, una impresión personal de la vida; eso, para empezar, constituye su valor, que es mayor o menor según la intensidad de la impresión. Pero no habrá intensidad alguna, y por lo tanto ningún valor, a menos que exista libertad para sentir y decir. Trazar una línea a seguir, un tono a tomar, una forma a completar es una limitación de esa libertad y una supresión de aquello que más nos interesa (…) La ventaja, el lujo, así como el tormento y la responsabilidad del novelista, es que no hay límite para lo que puede intentar como ejecutante: no hay límite para sus posibles experimentos, esfuerzos, descubrimientos, éxitos.»
Experiencia Humana con Imaginación
A pesar de creer en la libertad, Henry James encuentra valor en la experiencia personal como punto de partida para la construcción de la historia moderna. Los contadores de historias deben observar la vida real y hacerse eco de sus propias experiencias para dar autenticidad a sus historias.
«La única razón de ser de una novela es que intenta representar la vida. Cuando abandona este intento, el mismo intento que vemos en el lienzo del pintor, habrá llegado a un punto muy extraño. ¿Qué significa la representación de la vida? Significa, sobre todo, tratar de capturar el color de la vida misma; significa tratar de ser fiel a la complejidad de la experiencia humana, a la realidad de los personajes y sus interacciones. El éxito de una obra de ficción depende de la intensidad de este intento de representar la vida, y el punto de vista desde el cual se ve esta vida es lo más importante.»
La libertad creativa del escritor llega de la mano de la imaginación; aunque la realidad proporciona la materia prima, es la imaginación del escritor la que transforma estos elementos en arte.
«La experiencia nunca es limitada, y nunca está completa; es una inmensa sensibilidad, una especie de enorme telaraña, hecha de los hilos más finos de seda, suspendida en la cámara de la conciencia y atrapando cada partícula en el aire en su tejido. Es la misma atmósfera de la mente; y cuando la mente es imaginativa —aún más cuando se trata de la mente de un hombre con ingenio—, se apropia de los más leves indicios de la vida, y convierte los mismos impulsos del aire en revelaciones.»
James defendía una técnica narrativa que daba importancia al punto de vista y la conciencia de los personajes, un enfoque que difería de la narración omnisciente más común en su tiempo. Su énfasis en «mostrar, no contar” y en el desarrollo de personajes multidimensionales influenció profundamente a escritores como James Joyce, Virginia Woolf y Marcel Proust, quienes perfilaban personajes complejos con profundidad psicológica. Así, El Arte de la Novela anticipa muchas ideas que serían centrales para el modernismo literario.
«La casa de la ficción no tiene, en resumen, una sola ventana, sino un millón; un número de posibles ventanas que no se puede calcular, más bien; cada una de las cuales ha sido perforada, o todavía puede ser perforada, en su vasta fachada, por la necesidad de la visión individual y por la presión de la voluntad individual. Estas aberturas, de formas y tamaños disímiles, se asoman, todas juntas, a la escena humana, y podríamos haber esperado de ellas una mayor uniformidad en los informes de lo que encontramos. Son, individualmente o en conjunto, como nada sin la presencia apostada del observador, sin, en otras palabras, la conciencia del artista.»
Sin Reducción Moralista
Otro rasgo que diferenciaba a James de sus contemporáneos era la interpretación no moralista de la novela. Su enfoque era que la literatura debía reflejar la complejidad moral de la vida sin necesidad de impartir una lección directa.
«Pero la única condición que puedo pensar para la composición de la novela es, como ya he dicho, que sea interesante. Esta libertad es un espléndido privilegio, y la primera lección del joven novelista es aprender a ser digno de ella. ‘Disfrútala como se merece’, le diría; ‘apodérate de ella, explórala hasta su máximo alcance, revélala, regocíjate en ella. Toda la vida te pertenece, y no escuches ni a aquellos que te encerrarían en rincones de ella y te dirían que solo aquí y allá habita el arte, ni a aquellos que te persuadirían de que este mensajero celestial vuela fuera de la vida por completo, respirando un aire superfino y apartando la cabeza de la verdad de las cosas.»
Así, el «sentido moral» de una historia moderna para Henry James es el impacto que tiene en el lector, y no está anclada en ningún código prestablecido sino en la libertad creativa del artista.
«En el esfuerzo por interesar, y en la obligación de interesar vívidamente, la apelación al principio de una moralidad interna está, por supuesto, siempre a mano, pero no es la última palabra en el asunto, pues no llega muy lejos. No hay nada en el mundo menos material, en el sentido de ser un hecho, que el espíritu de una obra de arte; y, sin embargo, nada tan sujeto a observación. La moralidad entra al final, entra incidentalmente y bajo la forma de libertad. La libertad en cuestión es la libertad del artista, es en eso en lo que todo se basa. El sentido moral en una obra es aquello que nos impacta directamente como operativo, donde se realiza la libertad del artista.»
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