¿Qué es Moby Dick? ¿Estaba loco Don Quijote? Las novelas más trascendentales no siempre tienen una interpretación clara y definitiva, como argumenta el escritor Javier Cercas en su serie de ensayos ¨El punto ciego¨ (2016).
Estos ensayos nacieron como un ciclo conferencias que el autor dio en la Universidad de Oxford sobre la naturaleza de la novela y lo que la convierte en un género literario que puede llegar a ser profundo y trascendental.
Se trata de una moderna tradición de novelas, que abarca desde las más antiguas hasta las más recientes, desde las más soberbias —el Quijote, Moby Dick o El proceso— hasta las más humildes: las que yo he escrito, por no ir muy lejos. En el centro de estas novelas hay siempre un punto ciego, un punto a través del cual no es posible ver nada.
Cercas argumenta que toda novela tiene un ¨punto ciego¨ que le confiere complejidad y que está sujeto a muchas interpretaciones. Las buenas historias, así, se convierten en una exploración de la verdad para el escritor, un viaje que no tiene un destino marcado y definitivo.
En cierto modo el mecanismo que rige las novelas del punto ciego es muy similar, si no idéntico: al principio de todas ellas, o en su corazón, hay siempre una pregunta, y toda la novela consiste en una búsqueda de respuesta a esa pregunta central; al terminar esa búsqueda, sin embargo, la respuesta es que no hay respuesta, es decir, la respuesta es la propia búsqueda de una respuesta, la propia pregunta, el propio libro. En otras palabras: al final no hay una respuesta clara, unívoca, taxativa; sólo una respuesta ambigua, equívoca, contradictoria, esencialmente irónica, que ni siquiera parece una respuesta y que sólo el lector puede dar.
Al igual que Cercas, escritores como Kundera, Borges, Faulkner o Vargas Llosa tienen una visión de la novela que puede revelar verdades profundas y complejas sobre la condición humana a través de la ficción. Vargas Llosa, por ejemplo, abordó esta dimensión de la novela en su libro de ensayos “La verdad de las mentiras” (1990). La «mentira» de la literatura, según él, permite explorar verdades profundas y múltiples posibilidades de la existencia.
La literatura no nace para consignar hechos, sino para contarlos, que es algo muy distinto. En la vida real las cosas ocurren una sola vez, y el destino de los seres humanos es único e irreversible. Pero en la ficción, las cosas ocurren de una manera diferente: el tiempo puede detenerse o retroceder, acelerarse o repetirse hasta el infinito, y los personajes no están sujetos a las reglas ineludibles de la naturaleza y de la historia, sino a las de la imaginación. La mentira de la literatura nos muestra así una verdad que las ciencias y otras disciplinas no pueden o no se atreven a mostrar: que la vida humana tiene muchas dimensiones, muchas posibilidades que la realidad niega, pero que son, sin embargo, profundamente verdaderas.
La Novela Como Reflexión Moral
A diferencia de historias en formatos más breves, la novela permite al autor construir una narrativa que abarca mucho más que la interpretación literal de lo que se nos cuenta. Escritores como Cercas sostienen que la novela encierra una historia detrás de la historia, planteando preguntas éticas y morales que incitan al lector a reflexionar sobre cuestiones más trascendentales.
Mi padre solía decirme que la vida es un puñado de preguntas sin respuesta, y cuanto más tiempo pasa, más claro tengo que tenía razón. Por ejemplo: ¿por qué, si el género humano ha sido capaz de inventar las sinfonías de Beethoven o las tragedias de Shakespeare, sigue siendo incapaz de evitar las guerras? ¿Por qué, si podemos enviar una nave a Marte, no podemos encontrar la cura para el cáncer? ¿Por qué, si somos capaces de tanto, somos también capaces de tanto mal?
Una de mis novelas favoritas que explora temas morales es ¨Ensayo sobre la ceguera¨(1995) de José Saramago. En la novela, Saramago usa la trama de una epidemia de ceguera repentina para explorar temas como la vulnerabilidad humana, la solidaridad y la corrupción moral.
La ceguera no es otra cosa que la incapacidad de ver, pero si una persona puede ver, y no ve, entonces ha habido una ceguera peor, porque ha habido una ceguera interior. La persona ciega tiene la excusa de la ceguera, el otro no tiene ninguna excusa.
Otro de mis escritores favoritos, Javier Marías, hace reflexiones que van más allá de la historia aparente en sus novelas. En «Corazón tan blanco» (1992), por ejemplo, Marías explora temas como la traición y la naturaleza del conocimiento a través de la historia de un hombre que descubre un oscuro secreto en el pasado de su esposa.
A veces tengo la sensación de que nada de lo que sucede sucede, de que todo ocurrió y a la vez no ha ocurrido, porque nada sucede sin interrupción, nada perdura ni persevera ni se recuerda incesantemente, y hasta la más monótona y rutinaria de las existencias se va anulando y negando a sí misma en su aparente repetición hasta que nada es nada ni nadie es nadie que fueran antes, y la débil rueda del mundo es empujada por desmemoriados que oyen y ven y saben lo que no se dice ni tiene lugar ni es cognoscible ni comprobable.
El Poder Transformador de la Literatura
Así me imagino al escritor de novelas: como una persona que se enfrenta a una página en blanco (ahora es mucho más probable que sea una pantalla) con cientos de preguntas sin respuesta, pero con un ovillo de ideas que intentará deshilachar en búsqueda de algún atisbo de verdad en sus entresijos. Para el novelista, su historia encierra otra historia por descubrir, tanto para él como para el lector.
Así, tanto el escritor como el lector se embarcan en un trayecto hacia una comprensión más profunda del mundo y de sí mismos. Igual que la historia que se plasma sobre el papel, el autor y el lector evolucionan y cambian, no de forma radical, pero al menos con una comprensión diferente de quiénes son y de su entorno. Si la novela te inquieta, te conmueve y te hace pensar, al menos ha logrado despertar nuevas sensaciones y un entendimiento más profundo de tu propia humanidad.
Escribir una novela consiste en plantearse una pregunta compleja para formularla de la manera más compleja posible, no para contestarla, o no para contestarla de manera clara e inequívoca; consiste en sumergirse en un enigma para volverlo irresoluble.
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