He estado en un estado suspendido de tristeza respecto al fallecimiento de Javier Marías (Madrid, 1951-2022), y aún no he procesado del todo que este genial novelista nos dejara hace un año por una neumonía asociada al COVID-19.
Leer a Marías nunca es fácil — su obra literaria se caracteriza por una prosa profunda, densa y reflexiva – pero, una vez que logras entrar en su mundo, es imposible resistirse a su narrativa envolvente y elegante prosa.
Marías no es sólo uno de esos escritores enamorados del lenguaje que puede perderse en digresiones filosóficas. Es cierto que sus frases suelen ser extensas y llenas de subordinaciones, lo que a menudo crea un ritmo lento. Pero Marías también es un genio contando historias, y sus novelas, incluso las más extensas, se caracterizan por su tensión narrativa e interesantes tramas.
En ¨Los enamoramientos¨ (2011), una de mis novelas favoritas, Marías explora algunos de los temas recurrentes en su obra, como la traición, la infidelidad y los secretos. La protagonista, María Dolz, queda cautivada por una pareja que ve todos los días en una cafetería. Después de que el marido de la pareja es asesinado, ella se acerca a la viuda y se involucra en su vida.
No me gustaba encerrarme durante tantas horas sin haberlos visto y observado, no a hurtadillas pero con discreción, lo último que habría querido era hacerlos sentirse incómodos o molestarlos. Y habría sido imperdonable ahuyentarlos, además de ir en perjuicio mío. Me confortaba respirar el mismo aire, o formar parte de su paisaje por las mañanas — una parte inadvertida—, antes de que se separaran hasta la siguiente comida, probablemente, que tal vez ya era la cena, muchos días. Aquel último en que su mujer y yo lo vimos, no pudieron cenar juntos. Ni tan siquiera almorzaron. Ella lo esperó veinte minutos sentada a una mesa de restaurante, extrañada pero sin temer nada, hasta que sonó el teléfono y se le acabó su mundo, y nunca más volvió a esperarlo.
Como en este fragmento, el monólogo interior es una técnica literaria que Marías emplea a menudo para sumergir al lector en los pensamientos y reflexiones íntimas de los personajes. Esto le permite crear esa narrativa introspectiva, y explorar temas como la identidad y la memoria del pasado. Sus personajes a menudo se enfrentan a cuestionamientos sobre quiénes son y cómo sus acciones pasadas los definen.
En «Corazón tan blanco» (1992), una de las novelas maestras de Marías, el protagonista, Juan Ranz, está obsesionado por descubrir el secreto oculto en el pasado de su esposa, Luisa. A medida que Juan se adentra en los recuerdos de su esposa y su familia, la novela reflexiona sobre la naturaleza del matrimonio, la verdad y la infidelidad.
Lo que se da es idéntico a lo que no se da, lo que descartamos o dejamos pasar idéntico a lo que tomamos y asimos, lo que experimentamos idéntico a lo que no probamos, y sin embargo nos va la vida y se nos va la vida en escoger y rechazar y seleccionar, en trazar una línea que separe esas cosas que son idénticas y haga de nuestra historia una historia única que recordemos y pueda contarse. Volcamos toda nuestra inteligencia y nuestros sentidos y nuestro afán en la tarea de discernir lo que será nivelado, o ya lo está, y por eso estamos llenos de arrepentimientos y de ocasiones perdidas, de confirmaciones y reafirmaciones y ocasiones aprovechadas, cuando lo cierto es que nada se afirma y todo se va perdiendo. O acaso es que nunca hubo nada.
Otro de los temas que hacen de los libros de Marías un viaje apasionante es la ambigüedad moral. Los personajes en sus obras a menudo se enfrentan a situaciones morales ambiguas, lo que lleva al lector a cuestionar los límites entre el bien y el mal.
Su última novela, “Tomás Nevinson” (2022), sigue la historia del personaje principal, Tomas Nevinson, un famoso agente británico que tendrá que enfrentar una serie de dilemas éticos y decisiones trascendentales. Al inicio, la obra plantea la pregunta de que si, de haber tenido la ocasión, una persona tendría justificación moral para asesinar a Hitler. En el caso de Nevinson, se le plantea matar a una terrorista.
Yo fui educado a la antigua, y nunca creí que me fueran a ordenar un día que matara a una mujer. A las mujeres no se las toca, no se les pega, no se les hace daño físico y el verbal se les evita al máximo, a esto último ellas no corresponden. Es más, se las protege y respeta y se les cede el paso, se las escuda y ayuda si llevan un niño en su vientre o en brazos o en un cochecito, les ofrece uno su asiento en el autobús y en el metro, incluso se las resguarda al andar por la calle alejándolas del tráfico o de lo que se arrojaba desde los balcones en otros tiempos, y si un barco zozobra y amenaza con irse a pique, los botes son para ellas y para sus vástagos pequeños (que les pertenecen más que a los hombres), al menos las primeras plazas. Cuando se va a fusilar en masa, a veces se les perdona la vida y se las aparta; se las deja sin maridos, sin padres, sin hermanos y aun sin hijos adolescentes ni por supuesto adultos, pero a ellas se les permite seguir viviendo enloquecidas de dolor como a espectros sufrientes, que sin embargo cumplen años y envejecen, encadenados al recuerdo de la pérdida de su mundo. Se convierten en depositarias de la memoria por fuerza, son las únicas que quedan cuando parece que no queda nadie, y las únicas que cuentan lo habido.
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