Siempre me han apasionado aquellas películas en que las ciudades dejan de ser una mera referencia geográfica para asumir protagonismo propio. A veces se reflejan o influyen en el estado de ánimo de los personajes, y además de demarcar la ubicación de la trama – lo que los cinéfilos llaman la ambientación – crean una atmósfera propulsora de acciones y sentimientos. En ocasiones, la ciudad incluso se encarna en un personaje más, un ente vivo que interactúa de forma determinante y explícita en la resolución de la tensión narrativa.
Un excelente referente de esta encarnación es Manhattan (1974), una de mis películas favoritas dirigida y protagonizada por Woody Allen. Nueva York aparece como una urbe vibrante y romántica, fotografiada en dramático blanco y negro al compás de la Rapsodia en Azul de George Gershwin. Al igual que en el cine neorrealista europeo, la cámara a veces se detiene en las calles, las galerías de arte y los bares, como si la ciudad y sus personajes fueran parte de un ecosistema de historias entrelazadas, tan apasionantes como la de la trama principal. La Nueva York de Allen es además confidente y testigo, como en esa imagen inolvidable del Puente de Brooklyn que enmarca la conversación en un banco con Diane Keaton, o el Central Park donde Allen planta un beso apasionado a Muriel Hemingway. Manhattan es una película mágica en la que la ciudad es la Celestina de los amores de Allen, y al mismo tiempo, fuente de todas sus neurosis.
No es de extrañar que, desde la visión de Allen, Nueva York se haya convertido en inspiración de cientos de películas románticas como las escritas por Nora Ephron y protagonizadas por Meg Ryan y Tom Hanks en la década de los 90. En Cuando Harry Encontró a Sally (1989), Algo Para Recordar (1993) y Tienes un E-Mail, Nueva York arrebata el estandarte a París como ciudad símbolo del amor en cientos de películas. ¿Quién no recuerda Un Americano en París (1951), o más recientemente, Amelie (2001), Antes del Atardecer (2004), o Medianoche en París (2011)?
Borrando los colores pastel y las puestas de sol, París y Nueva York se mimetizan con igual convicción en fermento de violencia y mezquindad, con obras maestras como Al Final de la Escapada (1960), Los 400 Golpes (1959) y, al otro lado del charco, Taxi Driver (1971) o Wall Street (1987).
Otras películas que inmortalizan algunas de mis ciudades favoritas incluyen a:
Vacaciones en Roma
Roma es la ciudad idónea para enamorarse en esta película dirigida por William Wyler en 1953 y ganadora de 3 Oscar. Audrey Hepburn es una princesa europea que, en una escapada por la ciudad eterna, conoce al periodista en busca de una exclusiva que encarna Gregory Peck. Roma, y su mítica Fontana de Trevi, fueron también inmortalizadas en el baño nocturno de Anita Ekberg en La Dolce Vita (1960). La Grande Bellezza (2013) de Paolo Sorrentino es la última película en la que Roma aparece como metáfora de un esplendor decadente.
Abre los Ojos
Esta película (1997) de Alejandro Amenábar nos ha dejado una de las escenas de Madrid más memorables del cine español. Eduardo Noriega pasea sorprendido por una Gran Vía completamente vacía, como símbolo de la pesadilla en que se convierte la vida de su personaje tras sufrir un accidente de coche que lo deja completamente desfigurado. Madrid también ha sido el plató preferido de muchas películas de Pedro Almodóvar, como La Flor de Mi Secreto (1995) o Mujeres al Borde de un Ataque de Nervios (1988).
El Secreto de Sus Ojos
No es el Buenos Aires del Obelisco o Puerto Madero, sino el de los bares, los pasillos de los juzgados y las canchas de fútbol. La película de Juan José Campanella destila la nostalgia y el finísimo humor negro que se respira en barrios como Constitución, San Telmo, Tribunales o Almagro, las locaciones de los exteriores de esta maravillosa película. La ciudad es el reflejo de una trama intimista donde conviven el amor, la corrupción, el crimen y la venganza.
No me puedo despedir sin mencionar el Londres moderno y trepidante de James Bond, el Bombay bullicioso de Slumdog Millionaire (2008) o el Tokio foráneo de Lost in Translation (2003).
Y para ti ¿qué ciudad ha inmortalizado mejor el Séptimo Arte?
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