Piensen los hombres como pensaren y como obraren, que se consuelen de haber nacido, que vivan lo más contentos que puedan en la ilusión de que todo esto tiene una finalidad.
Comienzo el año releyendo una de mis novelas favoritas: San Manuel Bueno, Mártir de Miguel de Unamuno. En esta breve obra publicada en 1933, Unamuno nos cuenta la historia de un sacerdote de pueblo, considerado por sus vecinos como un Santo a razón de sus nobles acciones en nombre de la Iglesia, quien guarda en su corazón un sorprendente secreto: la completa ausencia de fe en una vida después de la muerte.
Esta paradoja, la de nacer sabiendo que un día irremediablemente moriremos (Unamuno se refería a ella como “la cruz del nacimiento”), siempre me ha parecido fascinante. Y si bien muchos de nosotros soñamos con una vida más allá de la muerte, esta novela nos recuerda el valor intrínseco de vivir, de disfrutar de nuestra existencia dentro del código moral que cada uno de nosotros nos hayamos marcado, sin abandonar nunca la ilusión.
Todas las religiones son verdaderas en cuanto hacen vivir espiritualmente a los pueblos que las profesan, en cuanto les consuelan de haber tenido que nacer para morir, y para cada pueblo la religión más verdadera es la suya, la que ha hecho. ¿Y la mía? La mía es consolarme en consolar a los demás, aunque el consuelo que les doy no sea el mío”.
Así, al arrancar el año, seamos creyentes o no, pienso en todos aquellos que construimos y vivimos historias como una estrategia para hacer sentido de la vida, de encontrar consuelo en un mundo imaginario.
Es también una paradoja en sí, porque mientras perfilamos o nos metemos en la piel de los personajes de nuestras historias, los escritores, cineastas y lectores creamos mundos paralelos que desafían a la muerte, que nos envuelven en sentimientos tan nobles y elevados como los de San Manuel.
Espero que, en 2015, no perdamos la fe en el poder redentor de las historias, y que, como nos pedía Neruda, quede prohibido no buscar la felicidad. Ojalá que leamos más, vayamos más al cine y al teatro, e incluso nos atrevamos a desarrollar narrativas propias. Desde storyplot, seguiremos asomándonos a relatos, técnicas y lecturas que nos hagan sentir cada semana un poco más eternos.
¡Hay que vivir! Y él me enseñó a vivir, él nos enseñó a vivir, a sentir la vida, a sentir el sentido de la vida, a sumergirnos en el alma de la montaña, en el alma del lago, en el alma del pueblo de la aldea, a perdernos en ellas para quedar en ellas.
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