Hace unos días, coincidiendo con un largo viaje a Asia, leía en The Guardian un artículo que me deprimió. Will Self, un reconocido periodista y escritor británico, proclamaba que la novela como género literario había muerto ante la disruptiva presencia de los medios digitales y los nuevos hábitos de lectura que estamos adaptando, en los que ya no leemos con concentración sino que escaneamos, y en el que nuestro interés por cualquier mensaje se disipa más allá de lo que dura un tuit. Para ser justo con Self, su conclusión no era tan tajante como para proclamar una muerte completa del género (aunque el título del artículo así lo expresaba), porque concluía lo siguiente:
“la novela seguirá siendo leída y escrita, pero será una expresión artística comparable con un lienzo o la música clásica, confinada a un definido grupo demográfico y social, que requiere un grado de subsidio, un tema para la erudición histórica más que para la conversación pública”.
Este pronóstico tan pesimista se hace eco de una recién publicada encuesta de 2.500 escritores británicos. Según los encuestados, su salario promedio ha disminuido un 29% en los últimos ocho años, y un autor profesional promedio gana 11.000 libras (unos 18.700 dólares) al año, muy por debajo del estándar mínimo para llevar una vida digna en el Reino Unido.
¿Será entonces que los escritores de ficción están condenados a cambiar de profesión? Tal vez no tan deprisa. Para mi alivio, este artículo de El País cita a Will Self como el último de 33 escritores que han enterrado la novela en el último siglo. Escritores de la talla de Julio Verne y Ortega y Gasset, Zadie Smith o Eduardo Mendoza, han dado por aniquilado un género que, a pesar de los augurios fatalistas y la llegada de la radio, la televisión y los medios digitales, aún permanece vivo. De ahí que yo quiera sumarme al coro contrario, al de los que encuentran indicios suficientes de que la novela disfruta de buena salud. Y para ello, me atengo a estas tres razones:
1. La novela es y siempre será la voz de nuestra imaginación. En 1993, Carlos Fuentes escribió una de las más bellas y mejor argumentadas defensas en favor de la novela, como una aliada de la imaginación que favorece un viaje a nuestro interior (la foto que abre este artículo es suya). En sus propias palabras, la novela siempre sobrevivirá como un complemento estético a nuestro presente:
La cárcel del realismo es que por sus rejas sólo vemos lo que ya conocemos. La libertad del arte consiste, en cambio, en enseñarnos lo que no sabemos. El escritor y el artista no saben: imaginan. Su aventura consiste en decir lo que ignoran. La imaginación es el nombre del conocimiento en literatura y en arte. Quién sólo acumula datos veristas jamás podrá mostrarnos, como Cervantes o como Kafka, la realidad no visible y sin embargo tan real como el árbol, la máquina o el cuerpo. La novela ni muestra ni demuestra al mundo, sino que añade algo al mundo, refleja el espíritu del tiempo…
2. La novela se sigue vendiendo, y bien. Según datos de la Asociación de Editores de EE.UU., la venta de libros en el primer cuatrimestre de 2014 creció un 6.5% en comparación al mismo periodo el año anterior, siendo la categoría de novelas para jóvenes adultos la principal propulsora de este crecimiento al aumentar más del 31%. Fenómenos literarios como la trilogía de Los Juegos del Hambre o la más reciente Bajo La Misma Estrella están creando afición a la lectura en una nueva generación de norteamericanos, y demostrando que, incluso en los tiempos de Facebook y Twitter, es posible captar la atención de los más jóvenes con narrativa de largo formato. Tal vez este tipo de literatura no esté a la altura de Shakespeare, pero crea un hábito que muchos adolescentes no abandonarán en su vida adulta. En otros países como España, que aún están sumidos en una depresión económica, el aumento del 5% en ventas en la reciente Feria del Libro de Madrid respecto a la edición anterior es un dato alentador, ya que esta feria representa el 20% de la facturación total del sector en el país.
3. La novela cambiará de formato, pero sigue siendo un fenómeno de masas. En los últimos años, la explosión de libros en formato digital para consumo en dispositivos móviles – los conocidos como eBooks y Audio Books – ha forzado un doloroso ajuste en el modelo de negocios del sector editorial que, a largo plazo, son buenas noticias para la novela. Estas obras son ahora más baratas y accesibles a tan solo un golpe de tecla, además de ser más fáciles de llevar y de leer en lugares como el avión, el metro o la playa a prueba de miradas indiscretas (ya nadie reconocerá la carátula del libro cuando leas Cincuenta Sombras de Grey). La industria editorial, así como los autores, también está moldeándose a los gustos cambiantes de los lectores adultos, que ahora demandan más novelas contemporáneas (frente a la tradicional novela histórica), y más oferta en géneros como el policíaco y la ciencia ficción. Y si bien es cierto que no leemos tanto como debemos – en EE.UU. una encuesta reciente revela que solo el 47% de la población lee una novela al año – son aún millones de personas en el mundo las que viven en mundos paralelos gracias al poder de la novela, sin ser considerados bichos raros. Nuestro mejor cine aún salta de las páginas de novelas, y nuestros colegios siguen exigiendo la lectura de clásicos como Proust, J.D. Salinger o Delibes.
Concluyo mi reivindicación personal por el género literario por excelencia (que me perdonen los poetas), con palabras más sabias que las mías, de nuevo con las del magistral Carlos Fuentes:
Leer una novela: Acto amatorio, que nos enseña a querer mejor.
Y acto egoísta también, que nos enseña a tener conversaciones espléndidas con nosotros mismos.
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