Muy pobre hombre ha de ser uno si no deja en su obra – casi sin darse cuenta- algo de la unidad e interior necesidad de su propio vivir.
Encontré al poeta español Jaime Gil de Biezma (1929-1990) a través del flamenco, el día que escuché a Miguel Poveda cantar No Volveré a Ser Joven. La belleza de la letra me atrapó. Enseguida quise saber quién era el poeta detrás de unos versos tan nostálgicos como cristalinos.
Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
-envejecer, morir, eran tan sólo
las dimensiones del teatro.Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.
Para mi sorpresa, decubrí que Gil de Biedma escribió esos versos, los que yo había imaginado del puño y letra de un octogenario, con tan solo 38 años. Y lo que me pareció aún más inquietante: este poeta de la Generación del 50, culto, homosexual y cosmopolita, publicó muy poco – apenas unos 80 poemas – y dejó de escribir con apenas 45 años, tras una crisis personal que lo apartó de las letras hasta que se lo llevó una muerte temprana.
Ante todo, la poesía de Gil de Biedma es autobiográfica, y plasma con belleza e ironía su propia experiencia – por un lado, el Jaime conversador, brillante y vitalista que recuerdan amigos como Juan Marsé, y por otro el poeta trasnochador y atormentado que huía de sus propios demonios. Él mismo describió este conflicto interior en su poema Contra Jaime Gil de Biedma:
De qué sirve, quisiera yo saber, cambiar de piso,
dejar atrás un sótano más negro
que mi reputación -y ya es decir-,
poner visillos blancos y tomar criada,
renunciar a la vida de bohemio,
si vienes luego tú, pelmazo,
embarazoso huésped, memo vestido con mis trajes,
zángano de colmena, inútil, cacaseno,
con tus manos lavadas,
a comer en mi plato y a ensuciar la casa?Te acompañan las barras de los bares
últimos de la noche, los chulos, las floristas,
las calles muertas de la madrugada
y los ascensores de luz amarilla
cuando llegas, borracho,
y te paras a verte en el espejo
la cara destruida,
con ojos todavía violentos
que no quieres cerrar. Y si te increpo,
te ríes, me recuerdas el pasado y dices que envejezco.
Gil de Biedma llegó a decir en una entrevista: “en mi poesía no hay más que dos temas: el paso del tiempo y yo.» Pero a diferencia de escritores como Octavio Paz, que deseaba escapar de las fauces del tiempo para vivir en un plano paralelo, Gil de Biedma entendió el paso del tiempo como necesario para explicar su identidad, aunque lo atemorizaba y obsesionaba. Así lo expresó en Recuerda:
Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar… Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.
Para el autor de Las personas del verbo, título del compendio de su obra poética, “la poesía es algo así como una empresa desesperada de salvación personal”, por lo que llegaría a declarar: “Yo creía que quería ser poeta, pero en el fondo quería ser poema …” ¡Y qué poemas! Verdaderas joyas para vislumbrar rincones del alma de uno de los más grandes.
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